Apología del ex aequo
Abandonad toda esperanza, salmo 607º
Cuando ustedes puedan leer estas líneas, la edición número 36 del Salón del Cómic de Barcelona ya se aproximará a su ecuador y se conocerán los títulos que han sido galardonados con los premios del evento, pero cuando yo las escribo unos días antes el resultado de la votación sigue siendo un enigma. Y dado el altísimo nivel de los finalistas seleccionados por un gran número de profesionales del sector, creo que el jurado formado por Anna Abella, Pepe Gálvez, Antoni Guiral, Elisa McCausland, Josep Maria Martín Saurí, Ferran Velasco y Jaume Vilarrubí lo va a tener verdaderamente difícil para decantarse por un título u otro en cualquiera de las categorías.
En cuanto a los títulos seleccionados como los mejores de autoría extranjera -el único premio del Salón que carece de dotación económica-, creo que un ex aequo a tiempo podría ser una decisión lógica. Pero si me obligaran a decantarme por uno solo, creo que elegiría El arte de Charlie Chan Hock Chye, una filigrana publicada a cuatro manos por Dibbuks y Amok que se distribuyó el año pasado pero que acaba de alcanzar una segunda edición que les apremio a buscar y adquirir sin mayor dilación. Y es que esta obra de Sonny Liew es una de las proezas más deslumbrantes de los últimos años dentro del mercado de la novela gráfica. A pesar de que este es un autor que ha trabajado para las más grandes compañías de la industria estadounidense -no solo Marvel y DC, también Image y Disney Press-, estamos ante una propuesta absolutamente personal: un mockumentary o falso documental en viñetas que utiliza la figura de un personaje de ficción para, tal y como sugiere el subtítulo Una historia de Singapur, retratar la evolución política, cultural y social de todo un país durante el siglo pasado. Resulta por tanto inevitable advertir ecos de Persépolis y la aproximación subjetiva de su autora, Marjane Satrapi, a la historia de Irán. Pero donde Liew echa el resto es en los recursos formales de la narración: al igual que muchos autores de manga han parido obras protagonizadas precisamente por mangakas, como es el caso del maestro Osamu Tezuka, el outsider Hideo Azuma, el malogrado Jiro Taniguchi o los autores del exitoso Bakuman, Liew ha situado como protagonista de su relato a un ilustrador apócrifo, que según sus propias palabras estaba destinado a convertirse en el mejor dibujante de cómics de Singapur. Esta figura y su evolución como artista, paralela a su desarrollo personal y a los cambios que experimenta el país que le vio nacer, permiten a Liew armar un tour de force visual repleto de homenajes a clásicos de la historieta como Winsor McCay, Hergé, Harvey Kurtzman o el mismo Tezuka; así como de recreaciones de formatos y géneros diversos, de la tira de prensa al pulp magazine, de los tebeos protagonizados por animales antropomórficos a los cómics de superhéroes, sin olvidar la ciencia ficción y la "novela gráfica para lectores adultos" (y con esta última etiqueta no me refiero exclusivamente a la propia obra en sí, aunque entre perfectamente dentro de ese apartado). Estamos pues ante un ejercicio de estilo que puede recordar a la obra de colegas como Chris Ware, Matt Madden (responsable precisamente de 99 ejercicios de estilo), David Mazzucchelli (el de Asterios Polyp, claro) o nuestro José Pablo García y su virtuoso cómic biográfico del ex niño prodigio Joselito; una virguería que viene a demostrar, además de una gran sensibilidad emocional y artística, que no existe el arte inocente.
Pese a mi admiración sin límites por la obra (maestra) de Liew, y como les sugería antes, tengo que reconocer que si yo estuviera en ese jurado no resistiría la tentación de proponer un ex aequo salomónico que premiase también Piruetas, la novela gráfica que ha situado a Tillie Walden entre los nombres a seguir del panorama internacional contemporáneo. La madurez que Walden demuestra en las cuatrocientas páginas de su obra es particularmente sorprendente si tenemos en cuenta que la autora apenas tiene veintidós años y que Piruetas supone su debut como narradora gráfica. Se trata de un relato autobiográfico sin cortapisas basado en los recuerdos de niñez y adolescencia de su responsable, y en el que su dedicación al patinaje artístico es solo una excusa para tratar otros temas fundamentales en la formación de su identidad adulta, como es el caso del bullying que padeció en repetidas ocasiones o la temprana asunción de su homosexualidad. Estamos pues ante un trabajo soberbio, repleto de diálogos veraces y silencios expresivos, con un acabado formal donde el trazo preciso y una reducida paleta de colores están al servicio de la historia; y que puede compartir estantería, además de con la citada Satrapi, con los autorretratos en viñetas de Phoebe Gloeckner y Alison Bechdel sin temor a las comparaciones. Ahora solo queda comprobar qué camino acabará tomando Tillie Walden después de este striptease emocional en sus creaciones futuras, y parece obvio que no lo va a tener fácil para mantener tan alto el listón.
Finalmente, y sin entrar a considerar los nominados en las categorías de autor revelación y fanzine porque no he podido leer la gran mayoría, sí quiero detenerme en la de títulos de autoría española. Aquí lo tengo muy claro: poco importa que ande por ahí un grande como Daniel Torres o que Encuentros cercanos de Anabel Colazo sea una obra estupenda... Aquí no hay ex aequo que valga: el galardón debería ser para Ángel de la Calle y su Pinturas de guerra. Aunque es un título que ya les recomendé en su día, aprovecho la nominación para decirles que si no lo han leído todavía ya están tardando; y también que espero poder anunciarles en breve alguna presentación en Alicante... en la que espero se pueda presentar como una obra galardonada con el premio del Salón del Cómic de Barcelona y, ya puestos a pedir, con el Premio Nacional del Cómic. Yo creo que no merece menos.
El arte de Charlie Chan Hock Chye (Una historia de Singapur) y Piruetas están editados por Dibbuks / Amok y La Cúpula respectivamente.