Archipiélago Lynch
Abandonad toda esperanza, salmo 73º
A poco que prestemos atención nos encontraremos con una serie bastante limitada de películas que no se parecen a ninguna otra. Como Lipari, Salina, Stromboli y el resto de islas de la prodigiosa Caro Diario de Nanni Moretti, son films que presentan características intrínsecas únicas, que las convierten en piezas tan genuinas como la Declaración de Independencia de los Estados Unidos o la piedra Rosetta.
Si estas películas isla son poco habituales, los directores especializados en ellas pueden contarse con los dedos de una mano. Uno de ellos es David Lynch, director de nacionalidad norteamericana pero de tan particular estilo que no es difícil encontrarse con crónicas que lo consideran inglés, canadiense o australiano.
Desde sus primeros cortometrajes, Lynch ha ido construyendo una de las filmografías más coherentes de la historia del cine, una obra tan obsesiva como fascinante que se complementa con otras facetas del realizador: pintor, músico o autor de cómics son solo algunas de sus muchas caras. La última entrega de tan fascinante producción es Inland Empire, una odisea de tres horas de duración sobre las difusas fronteras entre realidad y ficción, la esquizofrenia del actor y la verdad y la mentira del arte cinematográfico.
El film, rodado en formato digital y donde la trama iba tomando forma a partir de ideas espontáneas del director y su trabajo con los actores, está protagonizado por una inconmensurable Laura Dern, que dieciséis años después de Corazón salvaje vuelve a trabajar con el director que le dio sus mejores papeles. Aquí interpreta a una actriz que se ve abocada a un descenso a los infiernos marcado por la infidelidad, los celos y la culpa, y donde su vida real y la trama del film que está rodando se cruzan y confunden hasta convertirse en una misma cosa.
Lynch consigue con esta película suspender el tempo narrativo e introducir al espectador en una pesadilla filmada que no tiene parangón en la historia del séptimo arte: verdadero pensador en imágenes (Inland Empire no trata de filosofía, sino que es filosofía), Lynch demuestra que en el cine todo es mentira... tanto como que todo es verdad. El resultado final es un film de terror de autor, tan película isla como El ángel exterminador de Luis Buñuel, Persona de Bergman o Barton Fink de los hermanos Coen.
El primer libro sobre cine que un servidor compró en su vida, allá por el ya lejano 1991, fue un estudio sobre Lynch escrito por Miguel Juan Payán, hoy agotado y superado por textos postreros. Pero a pesar de que después vinieron muchos más, lo guardo con especial cariño porque significó descubrir una de las razones de ser de la crítica cinematográfica: descubrir los valores escondidos de un film. Y Inland Empire, como el resto de películas de David Lynch, rebosa sentidos y lecturas que se esconden en rincones en penumbra o detrás de cortinas rojas en espera de ser descubiertos.
Inland Empire se proyecta en cines de toda España.