Testimonios dados en situaciones inestables

Carmen, 23 años

Sí, claro, en este mundo hipervisual y superinformado, objetualmente al borde del colapso demográfico, las cosas ya no son sólo lo que son, sino que, además de luchar entre sí a muerte por estar en primera línea unos pocos segundos, tienen que soportar el peso de ser portadoras de un valor cultural.
Ahora ya sabemos que cocinar con colorines, hacer el camino de Santiago, cruzar las piernas con desdén, gritarle a tu vecino por su maldita música étnica a todo volumen, lamentarse por el hundimiento del sector calzado, dar Educación para la Ciudadanía en inglés, mirar las nubes, todo aquello que tu mente expandida por el hecho de ser humano y villenero pueda imaginar, tiene un valor inextirpablemente cultural. Ahora todo el mundo es hipercultural y supertrascendente. Ahora, por ejemplo, la gente no se pega o se mata por esto o por aquello, ahora se trata de un choque cultural. Bueno, no de un choque cultural y ya está, sino de un choque hiperimportante y superpreocupante. De modo que vuelvo de la universidad y me encuentro que Villena es una entidad universal inequívocamente cultural, una entidad hipernecesaria y superidiosincrática. Vamos, que si no existiera Villena Dios estaría en terapia para intentar comprender lo retorcido de su olvido. Y a cada paso que doy tengo que llevar mucho cuidado no sea que vaya a pisar algo hipersimbólico y superelemental y lo rompa y el mundo cambie su eje de rotación. Y veo a los albañiles en sus obras, a los borrachos en sus parques, a los gatos en sus contenedores de basura destrozados, a los ociosos en las terracitas-ocupa respirando dióxido de carbono casi directamente de los tubos de escape, a las niñas tontas de edad ESO hiperconjuntadas y superfalsamante a la moda, a los niños tontos de edad ESO como copias desteñidas de raperos en miniatura conduciendo motos con motores Hi-Fi de 2000 vatios, a las mujeres de edad madura ceñidas con perritos peinados como fuentes, lo veo todo con sumisa atención y reconozco una armonía en el conjunto, una inexplicable seguridad de que nada sobra y nada falta, una perfección que tengo que agarrarme a mis cinco años de arquitectura para no romper a llorar. Y en una de éstas que me cruzo con un pelmazo amigo de mi hermano mayor y me da dos besos y me pregunta que cómo me ha ido el año de estudios, que cuánto me queda, que si tengo novio, que si echo de menos Villena, todo con tono a anuncio de pueblo, y noto como crece dentro de mi algo, algo hiperincontrolable y superemocional, algo que no puede expresarse con palabras, una impulso primario, y le escupo a la cara. Se queda estupefacto, sin saber qué hacer, con ese semblante inocente que ha hecho famosa a nuestra ciudad, con esa actitud que ha inspirado confianza a tantos visitantes de nuestra ciudad, y me siento feliz por haber aportado mi pequeña porción de hipersensibilidad y superverdad a nuestra intachable y laureada historia.

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