Cascada de dimisiones
La semana pasada fue pródiga en dimisiones. A la sonada de Calderón, Presidente del Real Madrid, se unió la de Ron Dennis, aquel que hizo la vida imposible a Fernando Alonso en McLaren, y antes de esas dimisiones, como siempre suele pasar cuando el jefe (o la jefa) no sabe serlo, se cortaron las cabezas del primer chivo expiatorio que apareció por allí. Es una de las grandes diferencias que existe entre alguien que pretende mandar y aquella persona que logra autoridad por su carisma de líder, ese savoir faire que no tienen los que quieren ser jefes (o jefas) por imposición de sus opiniones o lo que es peor, de sus intereses particulares.
Lo de Calderón es algo que llama la atención por lo surrealista y descarado del tema. Comienza la historia con una campaña electoral llena de promesas, como tantas otras campañas electorales, las cuales, a mayor pomposidad, producen mayor sensación de engaño; y a dichas promesas siguieron, pronto, las primeras desilusiones por el incumplimiento de las mismas.
A los anuncios de fichajes estrella y de grandes proyectos, utilizados para ganar unas elecciones sin que los propios fichados lo supieran, le sigue, de inmediato, la frustración del aficionado al ver cómo se difumina lo prometido. Vender humo, jugar con las ilusiones de las personas, es de lo más ruin que se puede hacer, sea porque se promete la llegada de jugadores de renombre o porque te vendan una película virtual que engañe a la mente haciéndote creer que lo que ves en una proyección informática es una realidad.
Calderón se valió, según dice la prensa, de un don nadie mil eurista para ganar las elecciones, manejando a las personas le hizo el juego sucio. Al tal Nanín, una vez en el poder, le nombró Asesor Personal, permitiéndole campar a sus anchas por el Santiago Bernabéu, en cuyo parking tenía un BMW X6 para nada acorde con su supuesto nivel de rentas. Parecía que aquello era como un cortijo particular, al asesor mileurista se unieron ejecutivos fichados a golpe de talonario, tal es el caso de Mijatovic, y una incomprensible pasividad de los servicios jurídicos de la casa, han permitido pifias tan grandes como traer refuerzos que no pueden jugar en Europa, por poner algún ejemplo de los desaguisados cometidos.
Al socio madridista le resultaba incomprensible y hasta molesto observar que el asesor del presidente hacía y deshacía a su antojo en el templo blanco por el mero hecho de ser amiguete del jefe, allegado con enchufe a quien se le llenaba el bolsillo a espuertas sin más mérito que el expuesto. El mismo socio elector que, en cierto modo, se sentía arropado por los principios democráticos de la entidad pensaba que llegado el momento, en una Asamblea o Congreso de Socios, podrían expresar sus opiniones libremente y así influir en el camino que el club tomaría, corrigiendo los desmanes y sentando la base de un crecimiento futuro.
Cuando esto llegó, cuando el socio quiso expresar sus opiniones, se encontró un intento de pucherazo gracias al cual la minoría podría imponerse a la mayoría y sacar adelante unos años más de vivir del cuento. Afortunadamente, la democracia y la verdad se impusieron y a los impostores se les pasó factura. De nada sirvieron las coacciones al resto, en un sálvese quien pueda el jefe se cargó al asesor pero de nada sirvió el intento de lavar su imagen y en cuestión de horas se acabó el mandato más escandaloso de esa gran entidad.
A pesar de las similitudes de esta columna, cualquier parecido con esta u otra realidad, es mera coincidencia.