Testimonios dados en situaciones inestables

Clara, 34 años

- Desde el primer momento que los vi sabía que lo iban a hacer. Es de esas intuiciones que se tienen, ¿sabes? Desde que los vi salir de la heladería sabía que lo iban a hacer con toda naturalidad, con esa liviana disposición de la gente bien. Una familia modelo, bastante conocida en Villena, padres de mediana edad con la parejita de hijos todavía lejos de la problemática adolescencia.
Él con bermuditas, mocasines y camisa casual. Ella vestidito ligero con estampado floreado en colores pastel, sandalias de plataforma y bolso playero. El niñito como una copia reducida del padre y ese aire de los que se saben integrados en el bando adecuado de la historia. La niñita (más pequeña) con faldita plisada magenta, camiseta verde con nena manga estampada y zapatillas amarillas drapeadas. La visión del conjunto me produjo ese ligero empacho que provoca asistir a una recepción de la nobleza, ¿sabes? Toda esa perfección desplegada, la armonía de los movimientos, el ballet prediseñado para componer la formación exacta siempre acorde con la lógica estructura de poder (la mujer a la izquierda del hombre, el niñito a la derecha del padre, la niñita a la izquierda de la madre) y el penetrante aroma a buenas colonias de marca, esos aromas creados para marcar territorios en el espacio y en el bolsillo. Tú sabes lo que quiero decir, ¿no? Era un anuncio perfecto. Salieron en formación de la heladería y era como si la calle fuera Telecinco. Hasta que al unísono, ralentizando el tiempo a modo de momento trascendente, quitaron el envoltorio de sus respectivos polos y ¡¡los tiraron al suelo!! No fui y les hice tragar los envoltorios porque, lo reconozco, con público soy una cobarde. No estoy justificándome, pero se trata de respuestas condicionadas, ¿me entiendes? No es fácil sobreponerse. Pero entonces visualicé claramente lo que debía hacer, y como una vulgar detective de C.S.I. Miami, empecé a seguirles en su relajado y pomposo paseo. Me llevó varias horas conseguir lo que pretendía, pero cuanto más tiempo pasaba, más segura me sentía. Finalmente llegaron a su casa, una estomagante vivienda unifamiliar de tres plantas de estilo indefinido pero lustrosa fachada, situada en una calle importante de nuestra ciudad. Imagínate mi nerviosismo. Me agazapé en una esquina, vi cómo la burda negra-dorada puerta se los tragaba, y no solté una teatral risotada porque soy patológicamente tímida. Ahora he contraído una costumbre moralmente preocupante. Nunca el mismo día, nunca a la misma hora de la noche, pero de vez en cuando siento una fuerza indomable que me lleva a esa burda negra-dorada puerta y me obliga a esparcir mi basura de varios días justo delante de ella.

P. ¡¡!!

- Ya, no me siento orgullosa, pero mi siquiatra prefiere por ahora centrarse en el beneficio anímico que me produce, y dejar para más adelante los flecos morales.

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