Complejo de Edipo
Abandonad toda esperanza, salmo 32º
Los hijos construyen buena parte de su personalidad a partir de cómo se reflejan en los padres y de cómo estos se proyectan a su vez en ellos. Los escritores no son ninguna excepción.
El autor de Perdita Durango, Barry Gifford, dedicó a su progenitor El padre fantasma; en los libros autobiográficos de Martin Amis, Experiencia y Koba el Terrible, la presencia del también escritor Kingsley Amis es vital para comprender el sentido de la obra; James Ellroy hizo de Mis rincones oscuros una exhumación de su madre asesinada, a la que le crudamente agradeció el regalo de una nueva existencia, magnífica e intacta. Y así podríamos seguir hasta llegar al último caso edípico de las letras anglosajonas, el de Bret Easton Ellis, que después de conseguir el éxito en Norteamérica con Menos que cero y Las leyes de la atracción, traspasó sus fronteras y se hizo, como en la película de Cukor, rico y famoso, gracias al escándalo mundial que rodeó a su siguiente novela.
American Psycho, según ha confesado después, era un retrato de su padre, disfrazado con los rasgos de Patrick Bateman, ejecutivo psicópata que asesinaba con la misma sangre fría con la que hablaba de la música pop de los 80 o de las cremas con las que hidrataba su piel.
Pero ahora, en su última novela hasta la fecha, Lunar Park, que podría ser efectivamente su última novela según ha declarado, Ellis se deja de coartadas y subterfugios y ejecuta uno de los exorcismos metaliterarios más crudos jamás vistos: el propio escritor maldito protagoniza un descenso a los infiernos que arranca con una fiesta de Halloween, la materialización de su personaje más célebre, el psicópata americano, y la posibilidad de una casa encantada.
El autor de Glamourama ha confesado que su primera intención era escribir una novela de terror, al estilo de Stephen King y otros, de las que disfruta como lector. Pero luego se convirtió, contra todo pronóstico, en otra cosa. Hay que decir que como novela de género no funciona: no aporta nada al mismo, e incluso si se toma demasiado en serio, puede llegar a resultar ridícula. Esos mails que nadie envía, ese vídeo que, como los de Carretera perdida de David Lynch (cineasta de ecos muy presentes en la narrativa de Ellis), nadie debería haber podido grabar, o ese muñeco inquietante, son elementos que se desvanecen en el recuerdo. Lo que pervive es la figura de un escritor atormentado por sus debilidades, sus dependencias, atrapado entre el padre que dejó atrás y los hijos con los que se ha encontrado.
Así, si se lee como lo que es, como esa otra cosa en la que se convirtió, repleta de imágenes metafóricas, el libro es más terrorífico que toda la producción de King, Dean Koontz y Peter Straub juntos. Yo de ustedes no dejaría pasar esta brutal catarsis de un niño malo que se hizo rico demasiado pronto.
Lunar Park de Bret Easton Ellis está editada por Mondadori (2006).