Cartas al Director

Concejales

Sabemos perfectamente que un Ayuntamiento está formado por el Alcalde y los Concejales. (Antes de proseguir, quiero dejar claro que con la denominación de concejales incluyo al género masculino y femenino. Con el de alcalde, también).
Entrando en lo que quiero exponer, empezaré diciendo algo obvio: que la labor de un concejal en un ayuntamiento no es igual cuando está en el gobierno –mayor desgaste– que cuando está en la oposición; que la función que se desarrolla es muy distinta aunque los fines, supuestamente, sean los de lograr lo mejor para la población. Correcto.

Es sabido que cuando se concurre a las urnas, a través de elecciones municipales, los diferentes partidos se afanan en elaborar sus listas, intentando que sean lo más atractivas posible para el electorado. Si nos detenemos un poco en la configuración de dichas listas, concluiremos que la propia elaboración es tarea complicada porque, o mucho han cambiado las cosas, o sospecho que sigue habiendo escasez de nombres propios.

Ocurre, con frecuencia, que los líderes políticos tienen que salir a la caza y captura del posible concejal, aunque los partidos que tienen más expectativas –léase PSOE, PP– es posible que tengan el camino más allanado para completar la lista. También ocurre que algún notable de la propia localidad puede dar el salto a la política desde otros ámbitos (deportivos, culturales, empresariales…). Digo que puede, aunque intuyo que quien tiene cierto crédito social no lo expone fácilmente. Bien, si esto sucede en los partidos mejor dispuestos en la línea de salida, imagínese que ocurrirá en aquellos otros cuyo futuro es incierto por no decir negro: la elaboración de la lista electoral es casi misión imposible.

Antes de proseguir, quiero mencionar que la asociación a los partidos políticos en España es escasa: el PSOE tiene más o menos 500.000 afiliados, el PP, unos 700.000 e IU alrededor de 70.000. (Pido disculpas si no se ajustan a la realidad de marzo de 2007, pero, la verdad, hay cierto rubor en dar cifras). A lo que vamos, que pertenecer a una organización política no es un valor en alza, por tanto cuidar a los de casa es algo que, supongo, los partidos deberían mimar. Mera supervivencia.

Con todo este discurso anterior lo que quiero poner de manifiesto es que la disposición personal para acudir a los partidos políticos para participar en los asuntos de la localidad es muy reducida. Todos podemos comprobar como muchas veces los candidatos o candidatas a la alcaldía repiten cartel –en algún caso singular la múltiple repetición es, cuanto menos, preocupante como salud democrática–, bien por falta de otras iniciativas o bien por aprovechar el tirón –en caso de que haya algo que aprovechar– del gobernante. Lo cierto es que conformar una lista para concurrir a unas elecciones es complejo, y quien alguna vez se haya visto en esta tesitura seguro que estará conmigo. Por todo ello, y ya aterrizo, quiero desde estas palabras manifestar mi aplauso y aprecio por todas aquellas personas que, con lo que está cayendo, aún sienten ganas de participar en el gobierno de la ciudad. Mi aplauso, repito, por poner la cara al insulto, al desprecio, a la desconsideración, a los malos modos, a la incomprensión, a la querella en el juzgado…; deténgase un momento, lector o lectora de este artículo, y piense si usted estaría dispuesto a semejante juicio constante y demoledor. Yo, no.

Por consiguiente, formar parte de la urdimbre de los partidos políticos que se presentan a las elecciones tiene mérito (sí, ya sé que “trepas” hay en todas partes). Continúo. Es preceptivo que la candidatura la conforme un número de personas concreto, más los suplentes. Ha de ajustarse a la legalidad. Ni uno más ni uno menos.

Conozco a quienes han formado parte de listas electorales que sólo lo hacían por completar, y con la condición de no estar en “puestos de salida”. No obstante si el partido va de “ganador”, la ubicación en la lista ya tiene otro cariz, ya hay ciertos intereses, se ajustan más los nombres, se calibran las expectativas…

Resumiendo, y reiterando mi estima por todas las personas que se vayan a presentar a las elecciones en el próximo mes de mayo, ¡ánimo!, que soy consciente del ambiente desquiciado en que se entra, fruto, muchas veces, del comportamiento de los propios partidos.

Un ruego: que, si es posible, se procure rebajar la tensión, porque una cosa es la defensa razonada de posturas o compromisos electorales y otra la de cavar trincheras. Tiempo habrá.

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