Conciliación de Anhelos
Resulta curioso, a poco que se observen las conductas individuales y colectivas, que en plena era de la información, cada vez las personas estemos más desconectadas y en muchas ocasiones, mucho peor informadas de lo que lo estaban nuestros padres o abuelos.
Soy de esas personas que suelen dedicar unos minutos al cabo del día, incluso horas en una semana, a reflexionar sobre lo acontecido en ese periodo de tiempo, siendo especialmente crítico con lo que he hecho y/o lo que podría haber hecho y también, cuando la cosa está más o menos clara, lo que debería haber hecho. Es poco más o menos que un examen de conciencia que, estoy seguro, muchos hacemos aunque pocos reconozcamos.
De un tiempo a esta parte tengo la oportunidad de compartir muchas horas a la semana con personas de la más variopinta naturaleza, profesión e ideología y me estoy dando cuenta de que la mayoría tenemos unos anhelos muy similares y parecidas preocupaciones. Por lo general, estamos cargados de buenas intenciones y por alguna extraña razón, en determinados momentos perdemos lo de buenas y queda todo en intenciones que no siempre están en la línea de lo que nuestra conciencia nos pide.
Últimamente leo periódicos y escucho emisoras de radio de distinto signo político: ante la ausencia de un medio que sea realmente imparcial (no me refiero en el ámbito local), trato de encontrar información veraz entresacando las puntas de verdad de cada uno de ellos en contraste con los demás. No me quejo de la parcialidad de estos medios pues no es la primera vez que defiendo su derecho a la libre expresión y, entiendo, libre manipulación de la información que transmiten. Lo que sí resulta preocupante es que exista todavía una mayoría de personas que, aun sabiendo que la información que les llega está, si no manipulada, sí dirigida, sigan creyéndose contra natura los discursos y mítines en lo que se ha convertido el espacio radiofónico y el papel de periódico en este país.
Cuando se habla con otras personas y se deja que aflore la espontaneidad, uno se da cuenta de que el vecino no es distinto de uno mismo, le preocupa su familia y le preocupa su trabajo, su día a día, la subsistencia. Le preocupan, cómo no, los problemas de su ciudad y tiene una opinión que, a poco que uno sondee, podrá observar que está meditada y demuestra el tiempo dedicado, aun sin información, a su análisis.
En días pasados, un buen amigo con quien comparto muchas horas al cabo del día, se planteaba una propuesta que había recibido, la cual, suponía un serio dilema que le obligaba a elegir entre su familia y el progreso profesional. Resulta llamativa su conclusión: Aquí lo tengo todo, lo poco o mucho que he construido está aquí. Mi familia, mis amigos... Joer, es que hasta a mis enemigos echaría en falta.
En estas circunstancias te das cuenta de lo muy cierta que es la frase: No tiene precio. Y lo más importante, aprecias en su verdadera dimensión el cariño que se tiene por cualquier cosa que, hasta ese momento, puede que pase desapercibida en el día a día. Por momentos pasan por la mente de una persona infinidad de pensamientos, y de la misma forma que días antes unas cosas tenían toda la importancia, ahora no son más que meras anécdotas.
Sonreía mi amigo, mientras leíamos juntos unos foros del digital de EPdV, en el que otro común amigo defendía con vehemencia a Buendía y citaba nombres como Muller, B. Brecht Y yo voy y me compro los boleros de la Pantoja. Dijo.