Cartas al Director

Copenhague y yo

Como todo el mundo sabe, se está celebrando en la capital de Dinamarca la Cumbre del Clima. Son varios días en los que los países tratarán de llegar a algún acuerdo sobre el tan traído y llevado asunto del cambio climático, dicho de este modo: la reducción del CO2 que se emite a la atmósfera y que, según los científicos, es el culpable del llamado efecto invernadero y el consiguiente calentamiento global.
A nadie se le escapa que firmar una resolución que sea satisfactoria para las diferentes naciones y sus intereses añadidos es tarea difícil, muy difícil. Además, da la sensación de que cuando se habla de estos temas que afectan al clima, la población de a pie, como usted o yo, pintamos poco, más bien nada. Para rematar la faena los informes que barajan los diferentes actores de esta Cumbre son los que arriman el ascua a su sardina, entendida ésta como el favorecer a empresas o primar el consumo de un tipo de energía en detrimento de otro, o intentar colocar en el mercado la fórmula que publicita tal o cual imperio económico con el fin de que las cosas se queden de forma parecida a la actual. Usted y yo asistimos, con más o menos interés, a algunas propuestas, a alguna noticia de la Cumbre –sea manifestación pacífica, altercados callejeros, etc.–; es decir no sabemos muy bien qué se está cocinando en estos foros y cuál va a ser, luego, la repercusión en la práctica. Por tanto nuestra forma de entender el debate abierto es procurar estar al tanto –informarnos–, en la medida de nuestras posibilidades, con el fin de saber, de conocer un poco lo que se trajina.

Guiarse por un comportamiento más o menos ecológico, en estos momentos, resulta arduo. Si se nos ocurre ver algunos documentales en los que se pone el acento en las catástrofes a las que está abocada la Humanidad en caso de no poner remedio al calentamiento, ya tenemos los negacionistas que afirman que todo es un montaje de algunos “famosos” y que el clima siempre ha tenido sus fases y épocas al margen de la intervención humana. Si, por el contrario, nos vencemos del lado de los que afirman que los científicos mienten por motivos varios y que todo es una guasa desenterrada a través de ciertos correos electrónicos, los del otro bando nos llaman irresponsables y afirman que la caducidad de nuestro planeta se acelera. Usted y yo, que procuramos entender un poco lo que se mueve, nos encontramos con el dilema de qué hacer.

Desde ciertos sectores interesados se apuesta por banalizar y ridiculizar todo aquello que lleve el signo de ecologista, no digamos si introducimos la marca Verdes, entonces la risa va por barrios. A mi juicio esta descalificación es producto de la ignorancia o mala fe. Veamos. Ya me gustaría a mí conducirme del modo más saludable con mi entorno: mi calle, mi barrio, mi ciudad… Usted y yo vivimos en la contradicción permanente de querer, supongo, ayudar al medio ambiente y a la vez, no perder ni un gramo de nuestro bienestar traducido en: calefacción, transporte, coche propio, alimentación variada, consumo… ¡Yo no soy ejemplo de nada!, sólo aspiro a no perder la sensibilidad por estos temas del cambio climático que me pueden afectar. Y lo hago desde la convicción de que el derroche nuestro es la carencia de otros y que el mundo que habitamos es tan maravilloso que da mucha pena que para los privilegiados –entre los que me cuento– salga el sol y para los desheredados se esconda. Sólo aspiro a entender qué ocurre, insisto, sin renunciar a mi coche, a mi calefacción…. Pero con el ánimo de que puedo colaborar con políticas, con propuestas, con otras formas de entender la vida que sean beneficiosas para la mayoría.

Es evidente que en esta Cumbre no se habla sólo de clima, se habla de economía fundamentalmente. De cómo repartirse los gases que emitimos a la atmósfera. De quién paga más o menos. De cuántos años deben pasar para que tal país cumpla su compromiso. De pobreza y riqueza al mismo tiempo. De justicia. Por tanto, usted y yo tenemos un problema, pero podemos seguir pensando que no lo hay. Que hace varias decenas de miles de años también hubo cambios climáticos y entonces el ser humano no emitía ningún gas nocivo, puede ser, puede, o puede que no. Miren, de la fiesta cada uno habla según le va, y es obvio que para nosotros nos va bien, por tanto nos complace las formulaciones que nos hablan de que todo esto del cambio es una patraña. El profesor de la Universidad de Zaragoza, Daniel Innerarity, en su artículo de El País de 14 de diciembre, afirma: “En las negociaciones para los acuerdos sobre el cambio climático no se discute propiamente sobre el clima, pues nadie cuestiona la necesidad de un acuerdo de intervención para frenar el cambio climático”. Y añade: “El cambio climático es un asunto crucial, nadie puede permitirse el lujo de no ceder ni un ápice”. Claro que estas palabras, seguramente, habrá quien las cuestione, o las rechace, con lo cual se habrá cerrado el círculo de lo relativo: si todo vale, nada vale.

Mi posición es abiertamente a favor de tomar medidas contra el cambio climático. Para acabar, voy a cambiar el título de este artículo: “Copenhague, usted y yo”.

Fdo. Francisco Tomás Díaz

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