Fuego de virutas

Correspondencia

Heloísa en carta a Abelardo, citando una de las cartas de Séneca a Lucilius, nos descubre la alegría que siente el filósofo al recibir la misiva de un amigo: "Os agradezco por escribirme con frecuencia. Vos os mostráis a mí, así, de la única manera que os es posible. Cuando recibo una de vuestras cartas, de inmediato estamos reunidos. Si los retratos de nuestros amigos ausentes nos son queridos, si renuevan su recuerdo y calman, con un vano y engañoso consuelo la tristeza de la ausencia, las cartas son todavía más dulces, pues nos aportan una imagen viviente."

En el estudio precedente al libro "Cartas de Abelardo y Heloísa" ("Cartas de Abelardo y Heloísa: Historia calamitatum", José J. Olañeta, Palma de Mallorca, 1989) trae Carmen Riera, de Pedro Salinas, una cita de "Defensa de la carta misiva y de la correspondencia epistolar". Según Salinas la correspondencia epistolar equivale a "un entenderse sin oírse, un quererse sin tactos, un mirarse sin presencia en los trasuntos de la persona que llamamos recuerdo, imagen, alma."

Amo las cartas. Pero las cartas de antes. La correspondencia de ahora no es tanta correspondencia. Mi madre me enseñó a escribir cartas. Mi madre me disciplinó para la disciplina de las cartas y su esquema básico de lugar y fecha, saluda, desarrollo y desenlace/despedida. Ella lo hacía muy bien. Mucha gente aún me lo dice. Hay incluso quien me ha proporcionado fotocopia de algunas cartas que mi madre le escribió y las guarda con orgullo por la belleza de su contenido. Mi madre contaba cosas hermosas en su cartas: recuerdos relacionados con la persona correspondiente, ideas meditadas desde la experiencia, esperanzas, dolores, desilusiones... Vida.

Muchas veces he pensando en cuánto de este buen hacer "literario" de mi madre ha influido en mi pretensión de hacer buena literatura. Cuánto como escritor le debo. Yo creo que mucho. Cuánto a aquellas cartas que ella me obligaba a escribir a familiares y amigos. Pero las cartas que escribimos ahora, si es que escribimos cartas, como las que recibimos, si es que recibimos, no son cartas. Ahora vamos muy deprisa y nos da pereza el correo tradicional. Mensajes de móviles, chats en internet, correos electrónicos con mensajes telegráficos y ortografías de tribu han sustituido a la carta tradicional. Carta que yo estimo y que cuando puedo practico recordando los consejos de mi madre. Así, cuando las escribo, cierto que utilizando el correo electrónico, respeto el esquema tradicional de las misivas. Por ello hay quienes simpáticamente me señalan que por qué junto al lugar desde donde escribo sigo poniendo la fecha (día, mes y año) cuando el ordenador automáticamente informa al destinatario de fecha y hora en la que se envía el correo. Y yo digo que es una cuestión de formas. Pero también, en el desarrollo, procuro cuidar el contenido. Teniendo tiempo, no me gusta salir del paso. Me gusta entretenerme y recrearme con las palabras. Me gusta contar lo que nos pasa, dar detalles sobre posibles proyectos e ilusiones, informar sobre el estado de la familia propia y desear el buen estado de la familia destinataria... En definitiva procurar ese ambiente que propicie, lo más cercana posible, esa "imagen viviente" que decía Séneca. Imagen viviente de nosotros cuando escribimos. Procurar la presencia en la ausencia, hacer voz el silencio, voz susurro, voz jocosa, voz firme según circunstancia. Hacernos presentes.

Cuando nos vanagloriamos de estar más comunicados que nunca, por la eficiencia de las nuevas tecnologías, yo no veo que lo nuevo nos propicie tanta compañía. Más bien, de lo nuevo, en muchas ocasiones siento un trato frío. Como de despacho.

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