Crónicas de la pandemia III
Hemos dado por bueno que quienes ostentan cargos en cualquier estamento pueden saltarse la ley sin miedo a las consecuencias
Si no fuera porque hemos convertido en regla lo que debería ser la excepción, estaríamos asistiendo atónitos a este espectáculo de la podredumbre. Si no fuera porque esta verbena de los desfachatados se repite en todos los lugares y con tanta frecuencia, estaríamos llevándonos las manos a la cabeza escandalizados por la desvergüenza de quienes más motivos tienen para ser el espejo en el que pudieran mirarse el resto de los ciudadanos.
Pero parece que hemos aceptado los comportamientos indignos de todo aquél que por mérito o por otras habilidades innombrables, ocupa algún lugar socialmente destacado. Hemos dado por bueno que quienes ostentan cargos en cualquier estamento y por ello se sitúan en las distintas esferas del poder, pueden saltarse la ley sin miedo a las consecuencias ni al reproche social. Hemos normalizado la corrupción como una manera de alcanzar objetivos por el camino más corto.
La corrupción está en el ADN patrio. Atraviesa todos los territorios de norte a sur, de este a oeste. En lugar de ser cuestionada por los que menos tienen que ganar con ese tipo de práctica, frecuentemente acaba siendo mirada con envidia y admiración por las clases populares y cuando alguien critica un escándalo o un abuso de poder, siempre habrá otro que le espete aquello de “tú si pudieses también lo harías”.
Cuarenta años de dictadura franquista en los que los vencedores de aquella guerra incivil saquearon los bienes y robaron las posesiones y la fuerza de trabajo de los vencidos, implantaron, por encima de cualquier ley, unos “usos y costumbres” que se colaron por las alcantarillas de la transición y permanecieron después en la democracia. Esa “manera” de hacer las cosas que se sostiene en la amoral filosofía del “favor con favor se paga” y de “el que no tiene padrinos no se casa”, ha prestado innumerables servicios a los partidos políticos que se han turnado en el poder nacional y autonómico (y aquí hay que aclarar siempre que a unos, más que a otros).
Al calor de esos “principios” muy españoles y mucho españoles, han acudido al pesebre de la política gentes sin principios que no han tenido reparos en confesar que estaban allí para hacerse ricos; pero también han llegado otras y otros con la única intención de vivir de la cosa pública de una forma más “modesta” y se conforman con las migajas del banquete a cambio de la sumisión y el servilismo. Estos últimos engrosan los batallones de consejeros y mandos intermedios que los políticos de primera fila colocan “digitalmente” al frente de instituciones que dirigirán desde su posible ineptitud profesional y desde su probable incapacidad moral. (Recuérdese a la gerente del hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares pretendiendo quitar los móviles a sus pacientes. Gerente nombrada por el Partido Popular en el que milita).
No sólo en la política. Sucede en el mundo de la empresa, de la judicatura, de la sanidad, de la religión, de la milicia y en cualquier ámbito en el que se establezca alguna relación de poder que pueda acercar a quienes se encumbren a la consecución de un privilegio. Siempre hay alguien pidiendo algún favor, agradeciendo algún favor o esperando que se le devuelva algún favor. La endogamia, el compadreo, la camaradería, cualquier actitud de pertenencia a un clan, permitirán a los que estén bien relacionados aspirar a una prebenda, cerrar algún negocio, justificar un desfalco, “tapar” algún desliz, alargar un proceso judicial hasta la prescripción del delito, el traslado prudente a otra parroquia y hasta que el fontanero llegue antes a casa de su amigo a cambiar una junta que gotea que a la de un cliente “desconocido” al que se le está inundando la vivienda.
Con esa escala de valores y con el gobierno decidido a poner en manos de las distintas autonomías las decisiones sanitarias (si bien es cierto que se llevan a cabo reuniones para unificar criterios que luego se salta siempre la presidenta de la Comunidad de Madrid en un frío, irresponsable y criminal cálculo electoral) hemos llegado a este momento de las vacunaciones para detener la pandemia.
Independientemente de los cálculos que hacen a diario algunos nigromantes, adivinos y pronosticadores, lo verdaderamente trascendental serán las fórmulas que finalmente elijan los que saben en función de las incorporaciones de nuevas vacunas y nuevos conocimientos científicos. Hasta que eso llegue lo único que sabemos del protocolo de vacunación es que en una primera etapa se iba a vacunar a residentes y personal de centros de mayores; que después se iba a vacunar al personal sanitario y socio sanitario y más tarde a grandes dependientes no institucionalizados. Luego, llegará una segunda etapa en la que se vacunará a las personas mayores de 80 años y más tarde una tercera para el resto de los grupos cuya secuenciación queda pendiente de especificación.
Estamos todavía en la primera etapa cuyo trayecto inicial, el referente a las residencias de personas mayores, se hizo al parecer de una manera impecable. Cuando comenzamos el segundo trayecto, el de los sanitarios, se empezaron a conocer casos de gente que se había “saltado la cola” mientras que sanitarios de riesgo aún no habían recibido la primera dosis. Y cuando estamos a la espera de que se nos informe sobre la marcha de la vacunación de las personas dependientes no institucionalizadas (y de la más que conveniente vacunación de quienes les cuidan), siguen apareciendo casos de patriotas de los más diferentes pelajes que no “piden la vez”.
Al principio de este escándalo hubo mucho ruido. Se pidieron explicaciones, dimisiones. Luego se ha ido apagando la llama de la rebeldía que enseguida se queda sin causa en un país donde el rigor, la justicia y el respeto terminan por ahogarse, una vez tras otra, en las arenas movedizas del “sálvese quien pueda”. A estas horas en las que muchas personas que se la juegan a diario, siguen a la espera de recibir la primera o la segunda dosis ¿cuántos gerentes de hospitales, obispos, militares, jueces, políticos, empresarios, informadores de la corte y arribistas bien colocados en el escalafón, que solamente tratan con gente por videoconferencia, estarán ya inmunizados?
¿Y qué va a pasar? Nada. Porque corre la consigna de que “un país no se puede quedar descabezado”. Y ya sabemos que los que se consideran a sí mismos la cabeza de este país, casualmente son los que tienen las zarpas más cerca de las cajas que contienen las vacunas. Los que se consideran la cabeza de este país tienen su propia vara de medir el derecho a la vida en función del estatus social y en relación inversamente proporcional a lo que cada uno se mancha las manos después de una jornada de trabajo.
Ojalá que los medios de comunicación que conservan la dignidad de informar con veracidad sobre esa pegajosa tela de araña por cuyos hilos circula con impunidad la corrupción, continúen destapando los nombres de todos esos que no respetan la cola que hacemos el resto de los mortales para que cada uno guarde la memoria de los que no saben distinguir el bien del mal. La carencia de ese primordial discernimiento debería inhabilitarles, de por vida, para ostentar cualquier cargo humano o divino.
Por: Felipe Navarro