Crónicas de un pueblo
A principios de los setenta todos vivimos en Castilla, concretamente en Puebla Nueva del Rey Sancho. Allí habitamos casi tres años jugando con María, con Juanito, con Manolo, con Angelito... Aprendiendo con D. Antonio, el maestro. Maestro bonachón. Rezando con D. Marcelino, el cura. Recibiendo cartas de la mano de Braulio, el cartero. Viajando en el autobús conducido por Dionisio, el conductor de autobús. Comprando medicamentos a Marta, la boticaria. Regidos por D. Pedro, el Alcalde. Controlados por Goyo, el alguacil, y por el cabo Tomás, cabo de la Guardia Civil. Conviviendo con Camilo, pastor y barrendero; con Benito, comerciante de vinos; con Joaquín, el dueño del bar... Conviviendo. Viviendo. Riendo y llorando.
Primero los domingos, luego los jueves, una sintonía pegadiza nos transportaba a aquella población. Melodía que está grabada en nuestra memoria. Revisando algunos capítulos de la serie no he dado con el que nunca he olvidado por la congoja que me produjo. La memoria no recuerda siempre los detalles pero sí perpetúa lo sentido. Y sé que aquel episodio me dolió mucho porque todavía, recordándolo sin la nitidez que deseo para poder contarlo con más precisión, me duele. Y recuerdo el llanto. Y unas noches oscuras de tristeza. Era aquel en el que una familia de acróbatas visitaba el pueblo. Saltos y equilibrios. Y era aquel en el que uno de los acróbatas, un niño o una niña aquí la memoria duda y es desmemoria muere en una pirueta. Y lo tienen o la tienen que enterrar en el cementerio de Puebla Nueva. La familia, nómada, como pobre, sigue su itinerancia con uno o con una menos. En cada puerto un amor, en cada pueblo... En cada pueblo quizás un muerto. Así la vida. Así la muerte. ¡Pero qué tristeza aquello!
La serie estuvo dirigida por Antonio Mercero, pero también por Miguel Picazo, Antonio Giménez Rico, Julio Coll y Miguel Lluch. Puebla Nueva del Rey Sancho, en realidad era Santorcaz, población cercana a Madrid. El pueblo de "Crónicas de un pueblo" no desmerecía de la realidad de nuestras calles. Si bien Villena era más ciudad que Puebla Nueva, no nos parecía lo lejana que ahora, que volviendo a ver algunos capítulos nos parece mucho más lejana de nuestra realidad que entonces. Porque entonces las calles de nuestra infancia, como las de Puebla Nueva, tampoco estaban asfaltadas. Los vehículos eran escasos y no interrumpían nuestros juegos. Corríamos detrás de algunos de ellos. Conocíamos a las "fuerzas vivas" de nuestra población y reconocíamos su autoridad. Por ejemplo, un guardia era un guardia. El cartero, el cartero. Un viaje en autobús una epopeya. La escuela, escuela. Y había perros sueltos. Especialmente en verano. Perros que iban en bandada y nos daban miedo. Por lo de la rabia.
Dicen que la serie tenía una intención adoctrinadora, propagandística: la de inculcar a los españoles el Fuero franquista. Incluso dicen que la idea de la serie se debió al almirante Carrero Blanco. Los guiones estaban escritos por Juan Farias y por Juan Alarcón Benito. Pero, entonces, nosotros no teníamos conciencia para captar estas astucias. Es verdad que ahora hemos comprobado que se aprovechaban escenas para citar alguno de los artículos del Fuero. Por ejemplo, D. Antonio en la escuela cuando veía ocasión aludía a alguno de ellos. Educación transversal, educación para una ciudadanía que apenas podía ejercer derechos, formación del espíritu nacional para una nación sin libertades. Pero entonces, niños con los niños, nosotros la veíamos y reíamos y llorábamos sin más. Lo dicho. Vida cotidiana en una España, todavía bastante rural a pesar del desarrollismo, con la que casaba nuestra vida cotidiana.