Como ya habrán supuesto al leer el título de esta columna, y aciertan de pleno, tampoco hoy voy a hablarles de Dune, que vuelvo a dejar una vez más para dentro de siete días (esta vez es la última, lo juro). También acertarán si creen que dicho título es un remedo paródico del de otro estreno reciente, Cry Macho. Pero en lo que se equivocan de pleno es en la suposición de que, como han hecho tantos otros, voy a poner a parir la última película de Clint Eastwood diciendo que es para llorar: nada más lejos de la realidad. Esta vez, lo que provoca las lágrimas del espectador son razones ajenas a la calidad artística de la película en cuestión.
Esta semana, de lunes a jueves, se ha celebrado la ya consolidada Fiesta del Cine, con un precio considerablemente reducido para todas las sesiones. Una promoción que me ha venido de perlas para poder disfrutar de las mencionadas Cry Macho y Dune. Me habría gustado ver algunos títulos más, pero el problema es el de siempre: los pases en versión original, con la excepción del film de Denis Villeneuve y alguna que otra cinta facilona que no me interesa ni lo más mínimo, son contadísimos (ya saben ustedes que ver películas en versión doblada es pecado mortal); y Respect, la apetecible biografía de Aretha Franklin, solo estaba disponible en pase nocturno y casi se me solapaba con el film de Eastwood. Por otro lado, dos títulos a priori tan disfrutables como Maligno y No respires 2 se han estrenado solo doblados. Así pues, y teniendo en cuenta que ya había visto un par de películas de la cartelera, la oferta que se me ofrecía era bastante reducida.
Pero hete aquí que lo peor estaba todavía por llegar: en el pase de Cry Macho al que asistí, y tras los tráilers y los anuncios publicitarios de rigor, las luces no se apagaron al arrancar la película. Tras un par de minutos en los que todos los asistentes, incluido yo, esperábamos a que fuese otro el que se levantase y diese la voz de alarma, y viendo que nadie tomaba la iniciativa, tuvo que ser un servidor el que abandonó la sala y salió en busca de algún responsable que solucionase el problema. Y no se crean que lo encontré enseguida, pues tuve que caminar durante un buen rato: quien conozca los cines Kinépolis Plaza Mar 2 de Alicante se hará una idea de la considerable distancia que hay entre las salas del fondo, junto a los aseos, y las taquillas a las que tuve que volver para que una taquillera llamase a alguien que apagase las luces. Acto seguido, volví sobre mis pasos hasta la sala para comprobar que ya las habían apagado mientras regresaba, pero habían decidido no reanudar la proyección... por lo que me perdí los primeros cinco minutos de la película. Ni que decir tiene que uno ya no disfruta de la experiencia de igual modo, y hasta que consigue entrar en el relato tiene la molesta sensación de que se está perdiendo algo, incluso de que no va a entender nada.
Al salir una vez terminada la proyección, expresé mi deseo de realizar una queja formal. Salió a atenderme un encargado que, siguiendo el protocolo establecido -imagino que, además de por cortesía, con el fin de evitar pasar a mayores y sortear reclamaciones oficiales por escrito a la oficina del consumidor-, se disculpó muy amablemente y agradeció el toque de atención. Me hizo saber lo que yo ya sabía: que había sido un fallo técnico, no humano, y que estaban sobrepasados por las circunstancias. Esto es: que tres personas encargadas de supervisar dieciséis salas no dan abasto. Yo le contesté lo que él sabía también: que sin duda el problema viene de arriba, y que si hacen falta dieciséis personas para gestionar dieciséis salas, habría que contratar a esas dieciséis personas y pagarles sus respectivos dieciséis sueldos. Pero, obviamente, la empresa va a recortar de donde pueda, y los perjudicados siempre somos los mismos: tanto los trabajadores como los clientes. Y qué duda cabe de que, como me comentó el encargado, restricciones como la limitación del aforo han sido la gota que colma el vaso a la hora de reducir costes; pero tampoco convirtamos al Covid 19 en el chivo expiatorio de todos los males de la humanidad, porque esto ya venía ocurriendo con anterioridad a la pandemia y no es la primera vez que me pasa tan desafortunado incidente.
Por supuesto, las nuevas multisalas -los Kinépolis y otros cines a los que he asistido en alguna que otra ocasión- han supuesto varias ventajas para los cinéfilos: una mayor oferta cinematográfica, incluyendo la posibilidad de ampliar los pases en versión original; la compra de entradas por internet; y una mejor calidad de imagen y sonido. Pero de qué sirve dicha mejora en la imagen si la película se proyecta con las luces encendidas y un espectador tiene que renunciar a ver el comienzo de la película cuya entrada ha pagado religiosamente para reclamar que se solucione el desaguisado. ¿No echan de menos, aunque sea un poco, aquellos tiempos del desaparecido Cine Cervantes de Villena y otros similares donde la sala estaba vigilada de forma continua por un encargado, normalmente el añorado acomodador, que se hacía responsable de todo lo que rodeaba a la proyección de la película, incluyendo de paso a aquellos espectadores, por llamarlos de alguna manera, que parece que solo iban al cine a molestar al resto? ¿No sería posible aspirar a un mundo ideal en el que disfrutásemos de las ventajas de los cines actuales sin perder las de antaño? Porque ni que decir tiene que jamás me vi entonces en la tesitura de que la proyección comenzase con las luces encendidas... y eso que fui al cine casi todas las semanas durante años. En resumidas cuentas: creo que pedir que se nos ofrezca un servicio digno por lo que pagamos por nuestra entrada no es un capricho, sino un derecho.
Después de desahogarme con ustedes, no voy a frustrar sus expectativas privándoles de mi opinión sobre la película protagonizada por Eastwood y Eduardo Minett, joven actor mexicano que cuenta con experiencia televisiva pero que debuta en la gran pantalla con estupendos resultados. Cry Macho no tiene nada de lacrimógena, ni tampoco -a pesar de lo que muchos, críticos y sobre todo espectadores, han dicho sobre ella- es de una calidad como para ponerse a llorar. Ni por asomo: si alguien espera que cada vez que esta veterana estrella de Hollywood, la última de su generación que sigue en pie y en activo, estrena una película como director se va a encontrar con un El jinete pálido, un Sin perdón, un Los puentes de Madison o un Mystic River -por citar las cuatro que considero mis favoritas de las que llevan su firma-, es su problema. Lo que sí podemos pedirle al realizador de otras joyas como Bird o Poder absoluto es un relato filmado con el aliento de los clásicos, y su último trabajo lo cumple con creces: algunos lo han acusado de telefílmico, y de verdad que no sé qué telefilmes habrán visto, porque si están filmados tan maravillosamente como este yo me los he perdido todos; y otros, de blando, algo que tampoco veo por ninguna parte. En cuanto a que les resulte increíble que un hombre de noventa años (edad que tenía el exalcalde de Carmel cuando rodó el film) pueda resultarle atractivo a una mujer, no voy a entrar a juzgar el gusto personal de la susodicha o si esta padece de gerontofilia, y me limitaré a recordar una convención tan instaurada como que el personaje no tiene por qué tener la misma edad que el intérprete que lo encarna; y sobre el hecho de que no se crean que pueda domar a un caballo salvaje... Pues tampoco tengo ni la más repajolera idea de si es posible o no que un profesional curtido en esas lides pueda conseguirlo una vez entrado en la tercera edad; a mí lo que ya me parece un milagro es que un nonagenario sea capaz de dirigir y protagonizar una película de tal nivel, o incluso mucho peor, a estas alturas.
Y es que Cry Macho, que presenta ecos de otros filmes suyos como la oscarizada Million Dollar Baby (la relación intergeneracional) o la inmediatamente anterior Mula (la senectud de un protagonista descontextualizado y el aroma de road movie) es una de esas películas, cada vez más contadas y por tanto excepcionales, en las que yo me quedaría a vivir para siempre: sosegada, reposada, que da tiempo al espectador para pensar en lo que está ocurriendo en la pantalla y en cómo esto afecta a sus personajes, con una sucesión de secuencias y planos que duran ni más ni menos que lo que tienen que durar, emotiva sin jugar la carta de la manipulación... y, sí, para todos los públicos (a mi hijo de doce años, que me acompañaba, le encantó). Todo ello, acompañado de la impecable partitura original de Mark Mancina; un factor este, el de la banda sonora, siempre importante en las películas de alguien como Eastwood, que también es músico y ha compuesto e interpretado algunos temas a lo largo de su filmografía. Una filmografía en la que Cry Macho no desmerece ni un ápice... aunque nos viésemos en la obligación de verla de principio a fin con las luces de la sala encendidas. No obstante, de verse ustedes en tales circunstancias, no lo toleren y hagan como yo: quéjense.
PS.- Escribo esto in extremis tras volver de ver Dune... y quizá no es más que una casualidad, pero las luces estaban apagadas incluso durante la publicidad y había una encargada en la sala desde diez minutos antes de la hora de inicio y que no se ha marchado hasta que ha comenzado la película tras comprobar que todo iba como debía ir. Y esto es algo inaudito de lo que llevaba años sin ser testigo. A ver si al final quejarse va a servir de algo.
Cry Macho se proyecta en cines de toda España.