Fuego de virutas

Cuando viaja la amistad

Cuando viaja la amistad, lo de menos es el destino. Aun siendo mágico, y Toledo es mágico, el destino es lo de menos. Lo que importa son las alforjas, que aquí fueron llenas con el poso hermoso de tantos tiempos y espacios pasados y compartidos en el tiempo. De cuando éramos más jóvenes. Y pudiera ser que algunos estuviéramos años, demasiados años, sin vernos; pero desde el instante en el que nos volvimos a encontrar fue un "como decíamos ayer"... Complicidades.

"Como decíamos ayer". Como si el período en el que no nos habíamos visto fuera aquel paréntesis diario de entonces, paréntesis para aquellos espacios y tiempos que nos exigía el todavía vivir bajo nuestros padres, aunque nuestro verdadero vivir y "casa", como manda la adolescencia, fuera con los amigos, con las amigas.

Y no sé ya si la idea de embarcarnos en un viaje, después de tantos años, se le ocurrió sólo a Rafa Román. Ciertamente él ha llevado la batuta y el ánimo. Lo que sé es que por allí y por aquí, al hilo de la chispa que prendió quien fuera, entre todos y entre todas se vinieron aportando destellos para que lo que hubiera podido quedarse en proyecto, como tantas cosas que deseamos hacer en la vida, fuera la realidad entrañable que fue. Una organización tan perfecta de todo que empieza a preocuparme; porque todo tan bien organizado, si es síntoma de que hemos madurado en responsabilidades, también nos pinta canas. Así, nos fuimos a Toledo. Como podría haber sido a otro sitio que, vivida la experiencia feliz, tarde o temprano tendrá que volver a ser. Hacia otro destino. Que será lo de menos viajando nuevamente la amistad.

Nuestro plan era pretencioso. Pero se cumplió. Casi dos días en Toledo no dan para mucho si se quiere apreciar las excelencias artísticas de la ciudad, pero si comparamos con otras experiencias viajeras, ya quisieran algunas agencias sacar el partido que le sacamos al viaje. No vimos todo porque en casi dos días no se puede ver todo, pero sí saboreamos las esencias. Siempre hemos defendido viajar con la convicción de que volveremos al lugar. Así se contrarresta el desasosiego que produce el querer verlo todo. Resultaría al cabo –no sé si ya hemos dicho esto en alguna ocasión– como querer probar en una sentada todos los platos de la carta de un buen restaurante. Pero no divaguemos sobre el arte de viajar. Para teorías hermosas sobre ello ya esta ese libro imprescindible que Alain de Botton tituló "El arte de viajar". Volvamos a la amistad que fue el motor, –y la excusa– que animó este viaje. Amistad que arranca desde la adolescencia, cuando saliendo del Colegio, luego del Instituto, corríamos a encontrarnos. Cuando las Pascuas los locales... Cuando la vida nos estallaba en tanta vida. Amistad que nos ha hecho fraternos con las cosas de cada uno, de cada una. Somos como somos, somos como fuimos. Y si acaso el tiempo nos ha cambiado, nos ha cambiado a mejor porque ya nos hemos hecho cada uno, cada una, a nuestras cosas tolerando las cosas de los demás, comprendiéndonos. En tributo grato a aquellos tiempos extensos en los que tanto compartimos.

Entre los edificios visitados estuvo Santa María la Blanca, ese espacio donde se materializa el Toledo que quiere ser estereotipo de convivencia. Fábrica mudéjar para ser sinagoga y luego iglesia. Una convivencia, no obstante y pese a los mitos, salpicada de intolerancias. Pero, al margen de la Historia, espacio de luz, de mucha luz sefardita, andalusí, hispana que iluminó el albor compartido. Donde se alimenta la amistad.

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