De Igualdad hablamos
Venía esta mañana escuchando Radio 1 en mi coche cuando, sorprendentemente, uno de los contertulios del programa que hablaba de la presentación de los nuevos ministros (y ministras, claro) se ha descolgado con una frase que bien le merece no uno, sino varios cientos de limones de esos agrios que dan como premio a quien se merece, en realidad, un capón.
Lo gracioso del caso es que el tío estaba hablando todo el tiempo en plan moderno, progre, incluso criticando ciertas actitudes excesivamente conservadoras que nos retroceden en el tiempo y la cultura según sus propias palabras cuando, sin esperarlo, ha soltado la guinda: La foto más esperada por todos es la de la primera mujer ministra pasando revista a las tropas y embarazada. ¡Toma ya progresismo!
Pensaba que había escuchado mal, que ya saben que yo del oído izquierdo más bien como que no pillo una, cuando para mi sorpresa e incredulidad el debate se ha centrado en vaticinar si una mujer sin experiencia en la vida militar (no ha hecho la mili, claro) podría ser la jefa de todos los ejércitos. Me han dado ganas de llamar por teléfono y decirles cuatro cosas por lamentables.
Vamos a ver, ¿qué experiencia tenía Alonso en la vida militar? ¿Puso alguien en tela de juicio su capacidad de gestión para mandar en ese ministerio? Pues nada oí, ¿por qué? No me digan que por el mero hecho de ser hombre.
Vamos y vamos, me he quedado a cuadros. No me lo esperaba. Parece mentira que tertulianos radiofónicos a nivel nacional, de quienes se presume un nivel intelectual alto, no sean capaces de hacer este simple análisis para ubicar a cada cual en su perspectiva adecuada. El o la titular del Ministerio de Defensa lo es por decisión del Presidente del Gobierno y quiero creer que éste elegirá a la persona que mejor sepa gestionar dicho ministerio. Es, por tanto, la capacidad de gestión que tenga la ministra lo que hay que valorar y no su experiencia en la vida militar, mucho menos, su estado de gestación ni su género. ¡Manda huevos!, que diría el otro gestor.
Cambiando de tema, les voy a contar otra experiencia que he vivido en este Portugal en el que me encuentro estos días. Resulta que en el país luso, como ya lo hiciese España hace un par de años, se ha decretado la persecución al fumador. Ya sabemos toda esa retahíla de razones por las que, en plena democracia, un colectivo importante de personas estamos siendo perseguidos, castigados y criticados por haber adquirido un vicio que el propio Estado se encargó de facilitarnos y siendo el mismo Estado quien no renuncia a los pingues beneficios que de las labores del tabaco obtiene.
Estando en el hall del hotel al que habitualmente vengo a hospedarme, probablemente ésta sea la última vez que lo haga, observo que las paredes tienen tres, cuatro y hasta cinco cartelitos prohibiendo fumar y dando unas explicaciones tan horteras como aquella que indica que debemos dar ejemplo a los niños, que los había esta noche en el hall, desde luego, y no fumar delante de ellos. A la recepcionista me han dado ganas de decirle, con amplia sonrisa, claro, que ese cartel se lo podía colgar en la nariz porque en las pantallas de plasma que cuelgan por distintas paredes del hall se podía ver un combate de lucha, no sé si libre o salvaje por la forma tan desagradable de sangrar de sus deportistas, y estaban allí los niños y los padres jaleando los puñetazos y patadas que se daban sobre el tapiz. ¡Venga nene, toma ejemplo, guapo!