Deberes
Abandonad toda esperanza, salmo 374º
Dado que la semana próxima no hay edición impresa de EPDV y que voy a estar dos semanas sin mortificarles con mis neuras, he decidido dejar a un lado películas y cómics, de consumo más liviano, y recomendarles un par de libros que podrían leer en plan Vacaciones Santillana. Ambos por cierto premiados, pero no con galardones de esos que se han devaluado a base de aplaudir mediocridades y de jurar y perjurar que no están amañados cuando siempre lo gana quien se vaticinaba iba a ganarlo (y, mira tú por dónde, siempre es un autor consagrado, una figura mediática o, mejor, las dos cosas). Estos son premios que todavía cuentan con un cierto prestigio, como el de Novela de la Academia Francesa, el Goncourt y el Lire... aunque a decir de algunos estos son un poco menos exigentes que antaño porque fueron a parar todos a la misma novela, que según los mismos críticos no es precisamente alta literatura. Se trata, claro, del último fenómeno mediático de la narrativa actual: La verdad sobre el caso Harry Quebert. ¿Prejuicios ante un libro que triunfa en todo el mundo o buen criterio? Pues quizás un poco de todo: en efecto, el novelón (más de 650 páginas) que ha convertido a Joël Dicker en el más reciente fenómeno de masas del mundo literario a la edad de 28 años (otra razón más para odiarlo) no es la obra maestra que muchos nos han querido vender, pero tampoco la basura que algunos pregonan desde su púlpito digital. Se trata de una obra ambiciosa, que consigue con la investigación acerca del asesinato de una chica de quince años mantener en vilo al lector hasta el final, además de instruirle en el bello arte de escribir novelas; lamentablemente, algunos personajes no son del todo creíbles y como novela romántica roza peligrosamente la cursilería. Pero como sucesor de Stieg Larsson funciona a la perfección, y peor que Dan Brown seguro que no será.
Podría extenderme más acerca del best seller de Dicker, pero prefiero emplazarles a una futura crítica en la revista digital Calibre .38 y dedicar las líneas que quedan a otros premios a tener en cuenta, menos populares pero quizá por ello todavía independientes y válidos como referencia, los de la Semana Negra de Gijón, que este año se atrevió a repetir con dos autores: el maestro Guillermo Saccomanno volvió a llevarse el premio gordo, el Hammet a la mejor novela negra, con Cámara Gesell; y Emilio Bueso, que obtiene el Celsius a la mejor novela fantástica (¡por segundo año consecutivo!) con Cenital, con la que me puse tras finiquitar el tochaco de Dicker y que he devorado en un par de días. Se trata de un relato de anticipación a muy corto plazo, ambientado en una España postapocalíptica en la que los recursos naturales se agotan y el sistema económico se derrumba, surgiendo poblados que luchan por ser autosuficientes para sobrevivir tras la hecatombe mundial. Un Mad Max patrio que pone los pelos de punta.
Para que no se queden con la curiosidad: el resto de premiados fueron La soledad del mal de Horacio Convertini, Robespierre de Javier García Sánchez y Narcomex de Ricardo Ravelo, este último en la categoría de ensayo, acerca de la guerra del narcotráfico que azota México desde hace más de un lustro y que salta a primera plana de los diarios de vez en cuando: mientras escribo esto se acaba de anunciar la captura del líder de uno de los cárteles más sanguinarios del país. Como siempre, la SN está al tanto de lo que ocurre en el mundo y de lo que se escribe en él. Y yo voy a ser aplicado y hacer los deberes: acabo de terminar Cenital y ya me he puesto con Narcomex. A la vuelta de las vacaciones, si quieren, comparamos los cuadernos.
La verdad sobre el caso Harry Quebert, Cenital y Narcomex están editados por Alfaguara, Salto de Página y Debate respectivamente.