“Me tumbo en la hamaca pues no quiero trabajar. / Oh, nena, dale al pay pay, que me voy a asfixiar. / Cargada de oro y plata junto a Viña del Mar. / Viajamos en tu yate y luego a bucear. / Desidia al borde del mar... / Desidia al borde del mar...”. Incluso aquellos que hayan tratado de olvidarlos -que no dudo los habrá-, quién no recuerda estos inmortales versos de “Desidia”, la oda al no hacer gran cosa que la banda de música pop Objetivo Birmania cantaba allá por mediados de los años ochenta. Pues precisamente sobre la desidia, el aburrimiento, el lento paso del tiempo cuando no se hace prácticamente nada, trata una de las obras maestras más recientes del cómic contemporáneo: Domingo flamenco, una obra monumental escrita y dibujada por Olivier Schrauwen y publicada aquí por Fulgencio Pimentel, dicho sea de paso una de las editoriales patrias de catálogo más exquisito.
En esta su nueva novela gráfica, el autor de Mi pequeño y Arsène Schrauwen nos presenta a otro familiar suyo, al parecer ficticio: Thibault Schrauwen es un individuo en principio gris y anodino, pero al que la aproximación que el autor realiza a lo largo de las casi quinientas páginas que dedica a glosar sus acciones (pocas y nimias) y muy especialmente sus pensamientos durante una jornada dominical marcada por la procastrinación convierten en un personaje verdaderamente memorable. Les pongo en antecedentes: durante un domingo como cualquier otro, Thibault está esperando el regreso de su pareja; y mientras la espera no acaba de decidirse si por trabajar desde casa sentado frente al ordenador, por pasarse todo el día leyendo una novela o por limitarse a satisfacer sus pulsiones más básicas comiendo (mal), bebiendo (alcohol) y recurriendo al onanismo. Finalmente quizá decida hacerlo todo a la vez, o al menos una cosa detrás de la otra, tal y como manifiesta en ese discurrir de la conciencia que James Joyce plasmó en su narrativa y cuya prodigiosa traslación a las viñetas se convierte aquí en uno de los principales alicientes de una obra que no carece precisamente de ellos.
En cuanto al estilo gráfico, en este Domingo flamenco nos encontramos con constantes ya presentes en obras anteriores del autor: alejado firmemente del naturalismo pero con trazos de intención realista en el retrato de su protagonista y de otros personajes más secundarios, Schrauwen juega con la línea y los diferentes tonos de color tanto como con el diseño de la página, con el fin de transmitir al lector algo tan inasible en el territorio de la narrativa escrita como el paso del tiempo. Y créanme que lo consigue, convirtiendo la lectura de la obra en una experiencia como pocas. En resumidas cuentas: estamos ante una joya del noveno arte del todo recomendable para buscadores de nuevas sensaciones y que, por el contrario de lo que pudiese parecer a simple vista, proporciona un (buen) rato de lectura absorbente que no aburre en ningún momento.
Lo indudablemente joyceano de la propuesta de Schrauwen me lleva a preguntarme si Inma Aljaro habrá leído Domingo flamenco. Imagino que no, porque no lo menciona en las páginas de su fundamental ensayo Tedio y narración y la verdad es que le habría venido que ni al pelo. Esta escritora y periodista malagueña afincada en Barcelona, autora también de textos de ficción (que no sé si serán tediosos o no porque no los he podido leer), ha hecho del aburrimiento su principal objeto de estudio; y en el presente volumen se aproxima a este concepto como categoría estética dedicando especial atención a dos iconos de la narrativa moderna y postmoderna respectivamente: el citado James Joyce y el malogrado David Foster Wallace. Del autor del Ulises, esa cima de la novela moderna que todo el mundo conoce, muchos han empezado a leer pero muy pocos han logrado terminar -de su Finnegans Wake, mejor ni hablamos-, lo señala como uno de los primeros intelectuales del siglo XX en hacerse eco de forma pública de lo aburrida que puede llegar a ser la existencia, y de cómo a partir de esta experiencia se puede generar un artefacto artístico al que valga la pena acercarse... con todas las reservas que ustedes quieran. No olvidemos que fue el propio autor del Retrato del artista adolescente quien manifestó que lo único que le pedía a sus lectores es que dedicasen su vida entera a leer sus obras. De hecho, con algunos lo logró... y me refiero a personas reales, no al amigo de Nanni Moretti en el episodio central de Caro diario.
En cuanto a David Foster Wallace, Aljaro se detiene más en El rey pálido que en la aparentemente inabarcable (y de título provocativamente esclarecedor) La broma infinita. Pero él y Joyce no son las únicas referencias literarias que maneja la autora: tampoco faltan los clásicos grecolatinos, Dante, Leopardi, Petrarca, Flaubert y su Madame Bovary; o, ya en el siglo XX, La señora Dalloway de Virginia Woolf, la obra de Samuel Beckett, El desierto de los tártaros de Dino Buzzati, el noveau roman de Alain Robbe-Grillet, la narrativa breve de Juan José Saer o el 2666 de Roberto Bolaño... Todo ello, hasta llegar a una conclusión en la que se plantea una cuestión fundamental al respecto: si resulta ético aburrir al lector. En definitiva: este Tedio y narración es una propuesta en la que vale la pena sumergirse para que esos momentos de ocio aparentemente improductivos no lo sean en absoluto. Y qué decirles de Domingo flamenco: vayan corriendo a por él pero ya.
Domingo flamenco y Tedio y narración están editados por Fulgencio Pimentel y Cátedra respectivamente.