Fiestas

Determinar la Fiesta

A nadie engaño si digo que no soy festero. Es más, si todo ha ido como estaba previsto, a estas horas debo estar a punto de abandonar Villena camino de unas deseadas vacaciones, cosa que habitualmente hago aprovechando nuestras fiestas patronales. No obstante, pienso que ese reconocido y provocado desarraigo festero me otorga cierta perspectiva a la hora de enjuiciar nuestras fiestas, sobre las que por cuestiones laborales obvias me encuentro cada día más informado.
Es por ello que me resulta ciertamente sorprendente que, al mismo tiempo que desde instancias como el Ayuntamiento se trabaja por alcanzar para nuestra mayor expresión festiva declaraciones como la de Fiestas de Interés Turístico Internacional, sean los propios festeros –a través de sus comparsas y la entidad que las agrupa, la Federación Junta Central de Fiestas– quienes no dejan de proponer constantemente cambios y modificaciones que difícilmente son compatibles con la tradición y el arraigo que requiere un nombramiento de tales características.

Basta hacer un poco de memoria para recordar que, hace apenas unas semanas, ha trascendido la polémica sobre la posibilidad de que las mujeres puedan desempeñar en un plano de total igualdad con los hombres cargos como el de Capitán o Alférez, lo que inevitablemente conllevaría al menos una reflexión en profundidad sobre las figuras de las Regidoras o las Madrinas. Del mismo modo, y no mucho más allá en el tiempo, ha vuelto a plantearse el retorno de la Entrada a la Losilla, y aunque la propuesta no ha prosperado debido a una decisión (en mi humilde opinión más que justificada) del Ayuntamiento, resulta evidente que entre un amplio porcentaje de los festeros no ha acabado de ser recibido con convicción el cambio acometido en 2005.

Hace un año, sin embargo, sí prosperó otro cambio: el del recorrido del desfile de la Retreta, que dejó de pasar por las calles del barrio del Rabal ocasionando las reiteradas y públicas quejas de los vecinos de la zona. De igual modo, y aunque con distinto éxito, también ha sido modificada la fecha de uno de los actos más entrañables, tradicionales y participativos, la Romería de la Virgen de las Virtudes, que si bien, y a los hechos nos remitimos, ha sido todo un acierto, no ha dejado en ningún momento de suscitar las quejas y las críticas de determinados colectivos, que no por minoritarios han de ser tenidos menos en cuenta.

En resumidas cuentas, resulta más que evidente que las Fiestas y los festeros gozan de muy buena salud, porque tanta inquietud, tanto estudio, tanta propuesta, reflejan el interés que suscita el asunto y la buena voluntad de todas las partes implicadas (no me cabe la menor duda de ello) en lograr mejorar las Fiestas y hacerlas más atractivas, participativas y vistosas. No obstante, resulta difícil entender las continuas modificaciones, cambios y alteraciones propuestas, no por malas, injustificadas o inoportunas, sino por su propia continuidad. ¿No creen que ha llegado la hora de sentarse, analizar lo habido y por haber, poner sobre la mesa todas las cartas y alcanzar un consenso entre todas las partes implicadas –Junta Central, Comparsas, Ayuntamiento, Junta de la Virgen…– para determinar de una vez por todas y para siempre la composición de nuestro Programa de Actos y el resto de actividades paralelas a las Fiestas?

Ignoro –doctores tiene la Iglesia para ello– cuáles son los cambios necesarios y cuáles no, pero estoy firmemente convencido de que es necesario fijar entre todos un “diseño” festero perdurable y aceptado, puesto que las primeras beneficiarias del mismo serán las propias Fiestas. No obstante ello, me permito hacer mías las palabras pronunciadas por mi querido y admirado Mateo Marco en su Pregón de 2004: “Que no se nos vaya la mano en los cambios. Que no sean obsesión. De la prudencia al disparate es débil la frontera. Por ello, no olvidemos nunca la raíz. Los árboles que la pierden, por muy pomposa que sea su copa, mueren. Cambiad si queréis los ramajes, mudad si queréis las hojas, pero no tocar las raíces del árbol porque se nos escapará el sentido”.

A buen entendedor, pocas palabras bastan.

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