Cultura

Día del museo

La concejalía de Cultura organizó el pasado domingo el Concurso de Esculturas Vivientes al hilo de la celebración del Día Internacional de los Museos. Una iniciativa que cubrió mínimos en cuanto a concursantes, pero que dinamizó con alegría la calle Navarro Santafé a la altura, como no, del museo dedicado al nombrado escultor. El público respondió a la expectación creada para aquel domingo por la tarde y formó parte de un perfecto colofón a la celebración museística (cuya capacidad de convocatoria había sido sobradamente reseñable).
Si pienso en escribir acerca de esas figuras inmóviles que construyen las Estatuas Vivientes que acostumbramos a encontrar en vías o plazas muy transitadas, lo primero que me viene a la cabeza es el mimo, una disciplina escénica que aparece en los últimos albores del teatro griego, alrededor del año 300 a. de C., y del que sabemos que era: “una forma ecléctica, […] pobre en sus elementos, […] vive al margen del teatro en sus inicios y se desarrolla donde nace: fuera de los auditorios, en las calles y en las plazas públicas”. Dicha forma continuó desarrollándose en el teatro romano junto a tragedias y comedias, aunque en el siglo I a. de C. “acabó por convertirse en el género cómico de mayor aceptación”. En Roma “toma sus contenidos de la vida cotidiana” y “llega a complacerse en lo grosero y de mal gusto”. Esta popularidad llevará al mimo a la pantomima, una evolución que ya presentará un guión y unos personajes más elaborados.

Pero demos un gran salto en el tiempo hasta el siglo XIX para llegar en el arte escénico a unos laboratorios preocupados por las composiciones corporales y el movimiento, y llegar a las escuelas de mimo, que desarrollaron investigaciones buscando una comunicación paralela a la danza y la acrobacia. A partir de ahí creo que pudieron aparecer las estatuas de nuestro concurso, al menos en su forma más contemporánea. El mimo en unas calles y plazas en busca de expresión artística así como de recompensa económica, de pronto se encuentra con un público demasiado acelerado, sin tiempo para detenerse a contemplar siquiera un pequeño sketch, lo que obliga a una presentación clara y concisa, como lo hace una escultura. El resultado a medida que llegamos a nuestros días recibe el aporte de las vanguardias artísticas (happening, performance, etcétera) para quienes una idea plástica compuesta por una forma orgánica capaz de moverse, emocionarse, sudar, es verdaderamente atrayente. También la disponibilidad de medios e instrumentos permiten conseguir efectos más realistas o surrealistas, dan mayor libertad para plasmar lo imaginado. Las figuras ahora son verdaderas esculturas, obligadas en muchos casos al movimiento para atraer la atención y las monedas de los inquietos y ocupados cerebros del siglo XXI.

Fue una buena experiencia la del pasado domingo, buen ambiente y tan notables como variadas propuestas –algo escasas en esta edición, porque hay que decirlo–. Una actividad a evaluar y a tener en cuenta, la del Día del Museo digo, y la del concurso si cumple con la función para la que fue incorporada: reclamo, ampliación de horizontes, participación… Mi enhorabuena.

Nota: Los entrecomillados pertenecen a la Historia básica del arte escénico de César Oliva y Francisco Torres Monreal.

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