Testimonios dados en situaciones inestables

Durante años me dediqué a disecar las mascotas de nuestros agradecidos vecinos

Empecé a disecar como un simple pasatiempo. Empecé utilizando pájaros, pero cuando murió nuestro gato Stalin, al que mi abuela adoraba como si fuera de su carne, me lancé a disecarlo lleno de confianza. Gracias a él me di cuenta de que si quería disecar mamíferos tenía que aprender el arte del modelado, de modo que me inscribí en una escuela de escultura y desarrollé una gran habilidad para la recreación tridimensional de posturas realmente armónicas.
Durante unos años seguí con los animalillos de nuestros vecinos de edificio, los cuales quedaban enormemente agradecidos al poder conservar una imagen tan vívida de sus mascotas. Y como yo no quería cobrarles, al final acordaron hacerme un gran obsequio y me regalaron todo lo necesario para acometer disecaciones de gran tamaño, pensando que quizá podría introducirme en el negocio de los trofeos de caza mayor y similares. Pero lo cierto es que ese mundo no me interesaba. A mí me gustaba disecar las mascotas de los vecinos por la satisfacción que me producía poder hacer felices a los demás. [Coloca un ojo artificial con gran precisión.] Y entonces ocurrió algo que reconvirtió mi afición definitivamente. Mi abuela, que aparentemente había disfrutado de una salud envidiable, murió repentinamente de una trombosis fulminante. Mis padres quedaron abatidos; sobre todo mi madre, que era su única hija. La abuela había sido una presencia en la casa que parecía remontarse a tiempos míticos, o al menos así lo sentía yo, que había crecido viéndola a diario desde que tengo memoria. [Espolvorea algo parecido a laca sobre un pelo color ceniza.] Me fue muy fácil tomar la decisión. Cuando se lo dije a mis padres, al principio tuvieron ciertos reparos motivado sobre todo por el miedo a los comentarios de los vecinos, pero yo añadí que los vecinos eran los primeros que aprobaban y habían ayudado a que yo practicara mi pasatiempo y que estaba seguro de que no pondrían ningún problema. Y así fue. Cuando semanas más tarde vieron a mi abuela sentada en su sillón favorito, con Stalin majestuosamente sobre su regazo, hubo quien incluso dejó escapar alguna lágrima emocionada al mismo tiempo que de admiración por el realismo de la composición. [Maquilla de rosa pastel un pómulo dotándolo de un naturalismo aterciopelado.] Y ahí fue cuando la cosa se complicó un poco, ya que todos los vecinos, que eran gente de avanzada edad, me obligaron a prometerles que, llegado su último aliento, los disecaría igual que a mi abuela, y me inundaron de exhaustivos detalles de cómo querían que los inmortalizara. [Ajusta la toquilla negra mientras se separa un poco para ver el efecto.] Qué quiere que le diga. Se les veía tan entusiasmados, que cuando empezaron a pasar los meses y ninguno moría a pesar de sus muchos años de achaques, comprendí que era cruel que sus deseos se demoraran más en el tiempo; y ahora reina en el edificio una paz encantadora. [Fija la toquilla con un disimulado alfiler.] Y le digo una cosa más: Si el gobierno tomara nota y fuera valiente, siguiendo este ejemplo podría conseguir un gran ahorro en pensiones además de lograr que los ciudadanos pudieran disfrutar de la compañía de sus mayores para siempre, y así demostrar que se puede compaginar un riguroso plan de recortes con una inequívoca conciencia social.

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