El cómic que imita a la vida
Abandonad toda esperanza, salmo 611º
Aunque hay autores que no comulgan demasiado con la etiqueta -véase, por ejemplo, lo que dice Marcos Prior en la entrevista que enlazo abajo-, parece innegable que en los últimos tiempos se han editado un número suficiente de títulos con características similares como para poder hablar de la existencia de un cómic de temática marcadamente social. Y son suficientes además como para que desde hace algunos años se venga celebrando en la Universidad de Valencia un congreso internacional bajo el lema de "Cómic y Compromiso Social"; y también para que la Fundación Divina Pastora -organización sin ánimo de lucro orientada a la promoción de obras sociales, benéficas, sanitarias y de salud- patrocine el Premio de Novela Gráfica Social que lleva su nombre, y que según la propia fundación "fomenta la concienciación social a través del dibujo en la novela [sic] y (...) muestra su apoyo a los autores del cómic y contribuye a la divulgación de sus obras".
Precisamente ayer tuve el honor de presentar en la Casa del Libro de Alicante y junto a su autor, Zarva Barroso, el título que ganó (ex aequo con La batalla de Esquizo de Manuel Antonio García) este galardón en 2016. Su título es Don Barroso, y la coincidencia con el apellido del autor se debe a que su protagonista no es otro que su padre, José Barroso, que falleció hace siete años víctima de un cáncer contra el que venía luchando en compañía de su esposa y sus dos hijos; el mayor de ellos a la sazón autor de la excelente novela gráfica que nos ocupa. Considero que resulta tan encomiable la intención inicial del artista como satisfactorio el resultado final: la primera pasa por homenajear a su progenitor y concederle la inmortalidad de la que disfrutan los personajes de ficción; el segundo acaba siendo un relato emotivo y emocionante, ambientado en el Ubrique natal del autor, sobre un hombre que, en los últimos años de su existencia, se niega a rendirse ante la amenaza de la enfermedad que se le ha diagnosticado y decide luchar por aquello en lo que cree: la música, la otra verdadera protagonista del relato, por la que Pepe Barroso sintió una gran pasión a lo largo de toda su vida. Dicho esto, no está de más hacer hincapié en dos cuestiones: primero, que la Fundación Divina Pastora destina la totalidad de los beneficios que recibe por las ventas de esta obra a la Asociación Española contra el Cáncer y al desarrollo de acciones que contribuyen a la difusión del noveno arte en nuestro país; segundo, y ya que hablamos del cómic nacional, que el nuestro es un mercado donde cada año se publican cientos de títulos pero donde apenas existen galardones especializados (destaca, claro, el Premio Nacional de Cómic; y también los del Salón de Barcelona, los de la Crítica que se dan a conocer en Avilés, y muy pocos más), y que por tanto resulta toda una garantía que caiga en nuestras manos una novela gráfica con medalla incluida. Y esto es algo que la lectura de Don Barroso confirma con creces.
Sin el impulso comercial que, como decía antes, siempre supone el poder presumir de un premio -ojo, que quizá en unos meses la situación cambie radicalmente-, pero con la sincera recomendación de críticos y lectores especializados (entre ellos, quien esto firma), ha llegado a las librerías La furgo, un título que en ningún momento se promociona como de temática social aunque mucho de ello hallemos en esta historia escrita por el barcelonés Ramón Pardina y dibujada por el argentino Martín Tognola, aquí en una conjunción tan perfecta que parece que estemos ante una de esas obras personales a cargo de un autor completo. El título del volumen hace alusión a la furgoneta donde vive el protagonista, al que todos llaman Oso (por aquello de que hiberna en el interior del vehículo), tras ser desahuciado. El humor del protagonista a la hora de afrentar los momentos más dramáticos de esta complicada etapa vital, y que hace de él un personaje verdaderamente memorable, se contagia al propio relato. Curiosamente, este rasgo, así como la capacidad de fabulación de los autores para transgredir lo cotidiano sin dejar nunca que la historia deje de resultar palpablemente realista, lo emparentan con el premiado Don Barroso y hacen de su lectura una de las más gratificantes que servidor ha experimentado en los últimos meses.
Al margen de su calidad intrínseca, el cómic social puede ser una buena herramienta a la hora de focalizar la atención sobre los problemas que nos acucian. Y si se trata de concienciar a los lectores más jóvenes de una de las lacras más sangrantes de nuestro presente, no deberíamos dejar de recomendar la novela gráfica Ilegal, escrita por Eoin Colfer y su colaborador habitual Andrew Donkin. La popularidad del primero, autor de la saga de literatura juvenil Artemis Fowl, sería un acicate para acercar a ese lector que ahora llaman, por contagio anglosajón, young adult, la realidad de los inmigrantes que cruzan la frontera que separa su país de Europa. En sus páginas se nos cuenta la peripecia de Ebo, un niño de doce años que se juega la vida en repetidas ocasiones en pos de sus hermanos mayores; todos ellos inmersos en la búsqueda de una vida mejor que parece no llegar nunca. Quizá se trate, en comparación con los títulos comentados más arriba, de una obra con menor hálito poético; pero gracias a su perfecto acabado formal -mérito del ilustrador italiano Giovanni Rigano- y a la empatía que despiertan sus jóvenes protagonistas, Ilegal acaba resultando un título tan recomendable como los otros dos.
Don Barroso, La furgo e Ilegal están editados por Desfiladero, La Cúpula y Alianza respectivamente.