Cartas al Director

El derecho a la vida

Si es que estoy que no me contengo de puro gozo, de pensar lo bien que lo voy a pasar cuando pueda por fin abortar libremente. Y es que a juzgar por las manifestaciones de la cúpula de la Iglesia, intuyo que el aborto es para las mujeres una actividad tan atractiva y placentera como un orgasmo múltiple ¡lástima que hasta ahora he debido conformarme con experimentar solamente el orgasmo!, aunque eso sí, tengo que reconocer que casi siempre lo experimenté en su grado sencillo. Ahora si quiero, pues nadie me obligará a ello, por fin voy a poder disfrutar del sumo placer de abortar alegremente.
También le parecía a la Iglesia y aún está convencida de ello, que el uso de los preservativos y el tomar anovulatorios podía llegar a producir placer a las mujeres. Bien es cierto que tuve buen cuidado de no hacer caso de aquellos señores vestidos con faldones negros, y de un bienintencionado ginecólogo que se negó a recetarme la píldora cuando yo era jovencita, porque según él, si la tomaba me convertiría pronto en una vieja. Me busqué otro, claro. Y aunque tuve que enfrentarme a un conflicto entre mis deseos y la realidad, me decidí por el mal menor: tomé píldoras anticonceptivas. Y lo hice porque estaba y estoy convencida de que la maternidad debe ser elegida, nunca impuesta. Ser madre debe ser una elección que encuentre su sentido dentro de un proyecto de vida determinado y nunca puede ser un proyecto de vida por sí mismo.

Estaba convencida de que este debate ya se zanjó hace más de un cuarto de siglo, pero no, por lo visto todavía hay quien quiere desenterrarlo y, aunque no pensaba entrar en él, al final he decidido hacerlo.

A la luz de un seminario sobre Anticoncepción y Aborto celebrado en Madrid en febrero de 1982, es decir antes de la aprobación de la Ley que ahora se pretende reformar, Don José Luís Barbero, profesor de Ética en la Universidad de Comillas (Madrid) decía: “Nadie aborta por placer o desea hacerlo. Se aborta como salida a un conflicto que habrá que suprimir en su raíz médica o social, hasta donde sea posible hacerlo”. Y continuaba diciendo: “El aborto es un conflicto humano sobre las posibilidades de vida de una mujer o una familia o un ser humano en gestación. Nadie puede imponer a otros la aceptación de un hijo en nombre de la responsabilidad, porque a lo mejor la responsabilidad consciente estriba en no tenerlo en un caso concreto”.

Ahora que por fin después de 24 años se van a poner los medios para que pueda ser efectivo el derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su maternidad con una modificación de la Ley sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo, que incluirá la introducción de plazos e indicaciones en la misma y una mejora en la protección de la salud sexual y reproductiva, ahora la Conferencia Episcopal vuelve a la carga. Por lo que parece le preocupan mucho más los embriones, que los seres humanos realmente existentes. Pues no hemos visto a la Iglesia desplegar tantos medios ni energía en defender a los miles de inocentes que mueren en guerras injustas. No vimos a la Conferencia Episcopal realizar campañas publicitarias, ni editar carteles en contra de la guerra de Irak, ni pedir responsabilidades a quienes la apoyaron. Tampoco han hecho ningún esfuerzo especial por la defensa de los derechos humanos en Gaza. Ni la hemos oído alzar la voz en defensa de las mujeres muertas por la violencia machista.

Busco documentación para ver si vislumbro a qué se debe ese empecinamiento de los obispos en la defensa de los embriones humanos y ese olvido de las personas reales, es decir con vida propia. A la sazón me encuentro con el Catecismo de la Iglesia Católica que en el punto 2270 dice: “La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida”.

En el punto 2266 del citado catecismo, dice que se deben “aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte”. Aquí hay algo que no me cuadra. ¿Es o no es sagrada la vida, toda vida? Vuelvo a leer el enunciado anterior y caigo en la cuenta de que para ellos el único ser inocente es el no nacido, pues con el nacimiento se adquiere la culpa, es decir el pecado original. Lo intuía, estaba casi segura de que esa postura debía obedecer a algo que yo desconocía. Ahora ya lo sé, es su creencia frente a un proyecto de futura vida humana, pero no vida humana en sí misma. Además, la llamada Ley del Aborto no impone un deber, sino que garantiza un derecho; derecho entendido como la posibilidad de elegir y no de defensa del aborto en sí mismo. Por ello admito su discrepancia con la misma, pero lo que no puedo aceptar es que intenten imponer al resto de la sociedad, es decir a todas las personas, creyentes o no su doctrina, y mucho menos que traten de limitar el desarrollo de los derechos y libertades constitucionales.

Fdo. Rosalía Sanjuán (Colectivo Luna de Mujeres)

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