Nacida en 1887, Georgia O'Keeffe está considerada, además de como una de las artistas fundamentales del siglo XX, como la madre de la pintura modernista estadounidense. En 1907, y tras estudiar en la Escuela de Arte del Instituto de Chicago, se trasladó a Nueva York; allí conocería el arte europeo, principalmente la obra de Rodin y Matisse, en sus visitas a la galería 291 de Alfred Stieglitz. Este último, impresionado por sus pinturas abstractas basadas en motivos naturales que recordaban al entorno rural en el que había crecido la artista, organizó su primera exposición individual en 1917. Siete años después, ambos contraerían matrimonio; y seguirían juntos hasta el fallecimiento de él en 1946, año en el que la viuda se trasladaría definitivamente a Nuevo México.
Las obras más conocidas de O'Keeffe son las grandes pinturas de flores ampliadas a una escala gigante. También destacan las vistas de las calles de la Gran Manzana desde la ventana de su apartamento en el piso 33 del hotel Shelton. Posteriormente ampliaría su repertorio pintando paisajes del Nuevo México donde acabó sus días, así como huesos y cráneos de animales. De todos estos motivos recurrentes dejan constancia las retrospectivas de su obra que se organizaron a partir de 1970 y más allá de su muerte en 1986 (casi un siglo después de su nacimiento)... pero no tanto el cómic biográfico que le ha dedicado recientemente una de las ilustradoras españolas con más proyección internacional: María Herreros. Coeditado por el Museo Thyssen como complemento de lujo a la exposición monográfica sobre la pintora inaugurada ahora hace un año, Georgia O'Keeffe es una novela gráfica realizada durante la pandemia en la que su responsable tomó la decisión radical de no representar ninguno de los trabajos pictóricos de su personaje central. Una muestra esta de respeto sumo a su legado y una decisión que ejemplifica una vez más la voluntad de ir a contracorriente de esta autora valenciana, siempre radical en una serie de propuestas que suelen hacer gala de una visión profundamente personal.
También alcanzó una categoría mítica la cantante de ópera Maria Anna Sofia Cecilia Kalogeropoulos, que ha pasado a la historia con el nombre artístico de Maria Callas. Nacida en Nueva York en 1923 en el seno de una familia de origen griego, su portentosa voz y su particular forma de abordar la interpretación de sus personajes sobre el escenario -el gesto arrebatado, cercano a la sobreactuación- la convirtieron en un icono que excede con creces el ámbito de los amantes de este género del bel canto. A ello contribuyó y no poco su desdichada vida privada: marcada por una obesidad temprana que repercutió poderosamente en su falta de autoestima, combatió ambas con remedios químicos que acabaron creándole una fatal dependencia. Por si esto fuera poco, su vida sentimental fue también muy agitada; siendo el episodio más destacado su romance con el millonario griego Aristóteles Onassis, que posteriormente la abandonó para casarse con Jacqueline Kennedy, la viuda del presidente de los Estados Unidos asesinado en 1963. Su prematura muerte, acontecida en 1977 en París a la edad de 53 años, terminó por forjar su condición de leyenda.
La encargada de llevar la tumultuosa vida de la mítica soprano al universo de las viñetas ha sido la italiana Vanna Vinci, que en Yo soy Maria Callas ejecuta un relato biográfico de trazo tan expresionista como lo fue su personaje central. Construido a modo de documental en el que tanto la propia Maria Callas como los personajes más o menos ilustres con los que se relacionó se dirigen de forma directa al lector para aportar sus valiosos testimonios al respecto, su lectura demuestra lo nutrido de la documentación en la que se apoya; pero no pierde nunca de vista la cercanía emocional respecto del drama reflejado, no cayendo por ello en la frialdad expositiva. Por supuesto, aquellos de ustedes que como servidor sean cinéfilos disfrutarán particularmente de las intervenciones de aquellos cineastas que en su devenir profesional cultivaron también la escenificación de óperas -es el caso de Luchino Visconti y Franco Zeffirelli-; así como de quien la dirigió en Medea, su destacada incursión en el mundo del séptimo arte: su gran y malogrado amigo Pier Paolo Pasolini.
También fue cantante, aunque ubicada en un género bien distinto, e igualmente se vio marcada por la merma de autoestima durante su adolescencia, la inolvidable Janis Joplin. Aunque solo vivió veintisiete años (ingresando así en el mítico grupo de cantantes fallecidos a esa temprana edad y en el que también figuran Jim Morrison, Jimi Hendrix, Kurt Cobain o Amy Winehouse), esta cantante nacida en 1943 tuvo el tiempo suficiente para vivir más experiencias que las que experimentaríamos cualquiera en varias vidas, y para grabar durante cuatro años otros tantos discos que inscribieron su nombre con letras de oro en la historia del rock. Considerada precisamente como “la dama blanca del blues”, Janis Joplin pasó por diversas formaciones musicales a lo largo de su breve existencia; y en todas y cada una de ellas, y de forma lógica dado su portentoso poderío vocal, se convirtió en el reclamo principal y razón fundamental de su éxito.
De todo ello dan buena cuenta el guionista Nicolas Finet y el dibujante Christopher en su biografía Love Me Please, un relato muy completo que hace gala de un tratamiento del color tan exuberante como la actitud vital y la voz rasgada de su protagonista. De sus primeras expresiones artísticas -centradas en la ilustración- y el posterior hallazgo de su propia voz (nunca mejor dicho) en sus años de estudiante hasta su trágica muerte en 1970 fruto al parecer de una brutal ingesta de opioides -y donde los incontables litros de alcohol que a buen seguro también consumía no fueron ajenos al desenlace-, esta novela gráfica cuenta lógicamente con el concurso de las celebridades que fueron amigos (y muchas veces amantes ocasionales) de una Janis Joplin desbocada en todos los sentidos... Lo que convierte al presente cómic en un all star del rock, el country y el blues norteamericano del siglo pasado: David Crosby, Eric Clapton, Kris Kristofferson, Leonard Cohen -quien dedicó su mítica canción “Chelsea Hotel #2” a su encuentro fugaz con Janis- o los ya citados Morrison y Hendrix pasaron por su vida sin que ninguno de ellos, al margen de que lo intentasen o no, tuvo la más mínima oportunidad de detener lo que sin duda era un tren que había descarrilado mucho antes de su fatal destrucción.
En resumidas cuentas: aquí van las recomendaciones de tres cómics de corte autobiográfico protagonizados por un trío de artistas del siglo XX verdaderamente irrepetibles; y que, sí, habrían venido que ni pintados para celebrar, sin ir más lejos, el Día Internacional de la Mujer hace ahora justo un mes; pero la pila de lecturas pendientes es siempre tan alta que gestionar las críticas y reseñas no resulta nada fácil. Por otra parte, para leer cómics tan estupendos como estos (y para disfrutar del verdadero arte, pictórico y musical en este caso, de las artistas que los inspiraron), cualquier momento es bueno; y no estaría de más tener una jornada dedicada a las mujeres trabajadoras que eligieron trabajar el arte para el que estaban particularmente dotadas. Propongo desde ya el día de hoy, 8 de abril, para esta efeméride que me acabo de sacar de la manga.
Georgia O'Keeffe, Yo soy Maria Callas y Love Me Please. Janis Joplin (1943-1970) están editados por Astiberri, Planeta Cómic y Aloha! respectivamente.