El Efecto Oscar (y 2)
Abandonad toda esperanza, salmo 350º
Sigo viendo películas de estreno a mansalva, y como preveía en la columna de la semana pasada las siguientes en caer han sido las últimas de Quentin Tarantino y Steven Spielberg. Dos cintas que tienen en común, además de optar a varias estatuillas en la próxima ceremonia de los Oscar y de contar con Walton Goggins en un rol secundario (a decir de mi colega Javier J. Valencia, uno de los mejores actores de la actualidad desaprovechado aquí por ambos cineastas), el tener como uno de sus temas principales la esclavitud de la población negra en los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XIX.
Por supuesto, ahí acaban las similitudes entre ambas: con Django desencadenado, Tarantino nos ofrece un film espectáculo que remite a su cultura cinematográfica, fusionando el western con el cine blaxploitation, y embarca al espectador en un viaje de casi tres horas por un sur infestado de plantaciones de algodón cultivadas por esclavos negros. Lo mejor de la función: todos los actores, de un Jamie Foxx injustamente ninguneado por la crítica a los aplaudidos Christoph Waltz y Samuel L. Jackson, pasando por un Leonardo DiCaprio antológico como el villano de la historia. Lo peor: su duración, totalmente desmedida dada la simplicidad de la anécdota. Por lo demás, los seguidores del realizador se reencontrarán con muchas de las constantes de su cine: personajes consistentes, diálogos brillantes (aunque menos exhibicionistas que de costumbre), violencia explícita, una selección musical de altura y mucho sentido del humor... por no hablar de un "Quién es quién" de secundarios más o menos rescatados: desde un muy divertido Don Johnson a un James Remar en un papel doble pasando por los veteranos Bruce Dern, Don Stroud o Russ Tamblyn; mención aparte merece Franco Nero, que fue el Django del film original de Sergio Corbucci. Elementos todos ellos que confieren a Django desencadenado un aura de frivolidad, lo que ha molestado a un Spike Lee que está a la que salta cada vez que Tarantino estrena algo desde que en Reservoir Dogs empleó el término ofensivo nigger ("negrata") unas trescientas veces. Admiro al señor Lee, y tiene en su haber filmes espléndidos como Malcolm X o La última noche, pero no comparto que se haya autoerigido en el representante exclusivo de la población afroamericana y sus derechos civiles en la gran pantalla.
Por su parte, y a pesar de su tampoco desdeñable metraje, el Lincoln de Steven Spielberg es un film antiespectáculo convencido y convincente, de un realizador que de cine espectacular sabe un rato. Pese a su título, no se trata de un biopic al uso: el relato se centra en los últimos meses de vida del presidente y no muestra ni su juventud (como hizo John Ford en El joven Lincoln) ni tampoco su asesinato al menos no de forma explícita (como representó David W. Griffith en El nacimiento de una nación). Entre una cosa y otra, Spielberg también se ha olvidado de la parte de acción (la de los vampiros y eso) y se concentra en cómo consiguió que se aprobara la 13.ª enmienda a la Constitución de los Estados Unidos y por consiguiente se aboliera la esclavitud. Qué duda cabe que Daniel Day-Lewis conseguirá el Oscar por su impecable actuación, y quizá Spielberg también se lleve uno a casa, con lo que ambos, si no me fallan las cuentas, se apuntarían un tercer tanto gracias a este film espléndido. Tarantino se tendrá que conformar con el de mejor guion original... si lo gana, y sería el segundo tras el que obtuvo por Pulp Fiction. En cuanto a Spike Lee, juraría que no tiene ninguno.
Django desencadenado y Lincoln se proyectan en cines de toda España.