El Everest de las casas encantadas
Abandonad toda esperanza, salmo 58º
No creo en casas encantadas. Es más, no me creo nada o casi nada que esté fuera del tiempo y el espacio y no pueda explicarse mediante las leyes de la Física y demás ciencias. Y que no me venga nadie con que la parapsicología es una ciencia, que me enervo.
Pero a pesar de ello, adoro el género fantástico en todas sus vertientes. Uno de mis traumas de adolescente fue ver que si me unía a un club de fans de Expediente X (una de mis series de televisión preferidas) acabaría relacionándome con una pandilla de tarados que se subirían a la montaña con gorros de papel aluminio a esperar a ser abducidos por una raza más inteligente que la suya (la cual tampoco debe ser muy difícil que exista, por otra parte).
Dentro del terror, uno de mis subgéneros favoritos siempre ha sido el de las casas encantadas: historias de miedo que acontecen en hogares corruptos por antiguos habitantes, y cuya huella perdura mucho más allá de su muerte. La culpa la tiene Richard Matheson. Cuando leí su novela La casa infernal, repleta de terror sugerido y sexo más o menos explícito, todo cambió para mí: se abrieron las puertas no ya sólo de la Casa Belasco, el Everest de las casas encantadas según palabras de uno de sus personajes, sino también las puertas a una visión adulta de un género que hasta entonces no pasaba de ser para mí un mero entretenimiento casi infantil.
Y es que la novela de Richard Matheson mostraba cómo la conducta inmoral y lasciva de Belasco y sus acólitos había corrompido la finca de tal manera que todos los que a ella se acercasen acabaran muertos o locos.
Una reciente edición, disponible también en formato bolsillo, permite acercar este clásico de la literatura de terror a toda una nueva generación de lectores, que no estaría mal que también le dieran una oportunidad a la adaptación al cómic: escrita por Ian Edgington y dibujada por Simon Fraser, se trata de una fiel versión de la historia original, que por más que pierda la capacidad de sugerencia del texto de Matheson, al ser el cómic un arte visual, mantiene la tensión a lo largo de sus páginas.
Y si son de la caterva de vagos que prefieren ver la película a leer el libro, por una vez y sin que sirva de precedente, la adaptación cinematográfica es magnífica: La leyenda de la casa del infierno fue dirigida en los 70 por un acertado John Hough, que construyó un frío, casi quirúrgico, retrato de la casa Belasco, inquietante de principio a fin.
Si disfrutan de cualquiera de estas tres obras, seguro que dormirán con las luces encendidas. Como si eso fuese a servir de algo.
La casa infernal (la novela) está editada por La Factoría de Ideas; La casa infernal (el cómic) está editado por Norma Editorial.