El Gordo y el Flaco
En febrero pasado, cuando en homenaje a Ismael Peña y a la Banda del Mirlitón escribimos "Carabí dondán, carabí dandón" glosando entre recuerdos nuestra predilección por los cortos de Charlot, nuestra amiga Carmen Fita Lorente publicaba un comentario en el foro de la edición digital de EPdV confesando su preferencia por el Gordo y el Flaco.
Le contestamos que habiendo visto recientemente algunas películas de Laurel el Flaco y Hardy el Gordo habíamos llegado a la conclusión de que el tiempo no los había salvado. Esto a diferencia de Chaplin y de Keaton. E incluso de los Hermanos Marx quienes con su escenografía más teatral que fílmica aún nos provocaban la risa. Concretamente de Laurel y Hardy, por recordar tiempos infantiles, habíamos visto "Locos del aire", "Noche de duendes" y algunos cortometrajes. Y sin dejar de sonreír nos había faltado la carcajada desternillante de aquellas tardes de cine en el cine de los Salesianos. Pero ahora que pienso un poco más detenidamente no sé si fuimos injustos con estos cómicos exigiéndoles las risas compartidas en aquellas fantásticas sesiones de domingo con el cine abarrotado de chiquillería y olores de merienda. También, no sé si hemos sido injustos reduciéndolos, como algunos críticos han hecho, a la comicidad de "torta a la cara" cuando en sus películas hay algo más que merengues que vuelan. Por ejemplo esa sonrisa del flaco, ese despeinarse mostrando ingenuidad, extrañeza, sorpresa... Un personaje débil, el de Laurel, en contraste con uno fuerte, el de Hardy, que saludaba con una sonrisa pícara blandiendo la corbata y movía los dedos de las manos como despidiéndose o como pianista que se prepara para un concierto virtuoso.
Frecuentemente nos irritó la prepotencia del Gordo sobre el Flaco, personaje éste que nos conmovía con su habitual lloriqueo. Hay un "tengo miedo" en la escena del dentista que resulta magistral. Algunos doblajes en un castellano con pronunciación extranjerizada también determinaron una peculiar percepción de la pareja.
Cuando para alimentar esta columna leemos noticias de los años sesenta nos encontramos, en febrero de 1965, con la muerte de Stan Laurel. La nota refleja cierto dolor a olvido. Tiene una música de pena: "STAN LAUREL MURIÓ AYER DE UN ATAQUE CARDÍACO" publica ABC en titular en la página 68 de la edición del 24 de febrero. Y en el cuerpo de la noticia enmarcada se redacta fuente EFE lo mismo que publicará La Vanguardia Española el día 25: "Santa Mónica (California) 23. Stan Laurel, el flaco de la famosa pareja cómica cinematográfica Laurel-Hardy, ha muerto hoy de un ataque al corazón. Tenía setenta y cuatro años. Estaba retirado desde 1955, fecha en que sufrió otro ataque. En los últimos años enfermó de diabetes. Había rehusado aparecer ante el público desde la muerte del que tanto tiempo fue su compañero artístico, Oliver Hardy, ocurrida en 1957." Al día siguiente, ABC sí que le dedicaría media página vertical ocupada casi en su totalidad por una foto de Laurel en la película "Un par de gitanos", con un breve pie de foto y, que conozcamos en la edición de Sevilla, un artículo de fondo valorando el quehacer cinematográfico de la "inseparable pareja".
Hay que reconocer que a pesar de sus experiencias cinematográficas particulares, el éxito les vino como pareja; hasta tal punto que la memoria de uno exige la del otro. Su última película fue "Robinsones atómicos" (1951). No tuvo éxito. Como si el público se hubiera cansado de sus gracias. Pero nosotros reímos con ellos en los sesenta y... Orson Welles había dicho que el cine era mucho más triste desde que Laurel y Hardy se retiraron.