Viéndolas pasar

El Miedo

Esta semana pasada me contaba un buen amigo, posiblemente mi mejor amigo, una situación curiosa que se le presentó a él mismo y de la que extrajo una lectura muy particular. “Sensaciones”, como a él gusta denominar estas experiencias. Puede ser que el lector no le otorgue mayor importancia a la anécdota que voy a contar, me parece bien, pues ni yo ni siquiera este amigo del que les hablo, protagonista de la misma, tampoco le damos mayor importancia. Eso sí, creo que el enfoque no deja de ser, por lo menos, motivo de reflexión.
Me decía que el pasado miércoles, festivo a todos los efectos, encontrándose de viaje en Portugal, decidió jugar un partido de golf. Lo hizo solo y, según sus propias palabras, durante los primeros minutos tuvo la impresión de estar pasando por una de las situaciones más estresantes y estúpidas que haya conocido. El miedo a errar, la impresión de estar haciendo el ridículo aunque nadie lo estuviese mirando, le estaba atenazando de tal forma que tras un mal golpe, llegaban otros dos peores. Curiosamente, al cabo de un par de horas pasó de la más absoluta sensación de derrota al más álgido estado de euforia y satisfacción que podría imaginarse cuando iniciaba su actividad deportiva. Terminó firmando la mejor tarjeta de su, todavía corta, carrera golfista.

¿Qué sucedió para que se diera semejante prodigio? Vencí al miedo –me decía–. No pensé en el campo ni en la bola, sólo me centré en derrotar al miedo. Y lo hizo, vamos que lo hizo, y jugó con toda su alma, con todo su corazón, dio todo lo que tenía y en ello estuvo el premio, porque cuando uno lo da todo, no tiene que temer a nada. Me dijo, para concluir con la anécdota, que no es valiente quien no tiene miedo sino quien sabe enfrentarse al miedo y vencerlo. La frase no es suya, vayan a creer, asegura que la escuchó en “Cuéntame”, que pudo verlo en el canal internacional de TVE.

Resulta curioso que, en ocasiones, sea más poderoso el miedo a fracasar que la posibilidad de triunfar, esa especie de complejo que, dicen las malas lenguas, tenemos o hemos tenido los españoles en muchos momentos de la historia.

Podría ser –he llegado a pensar en ocasiones– que ese miedo tan personal y tan libre que podemos tener a nivel individual, sea la razón por la que resulta más fácil criticar a terceros que animarlos. Por momentos, he tenido la impresión, escuchando o leyendo críticas en páginas web, periódicos y otros medios, como la radio, que el autor de las mencionadas críticas está reflejando en las mismas sus propios miedos y esos miedos le atenazan de tal forma que es incapaz de producir una lectura positiva de cualquier cosa que acontezca. Tal vez, en algunos de estos casos, lo que suceda en realidad es que haya miedo a aceptar la propia carencia de otros argumentos mejores. En otros momentos, el miedo nos hace vestirnos con un caparazón que creemos inexpugnable y la efervescencia de la adrenalina en nuestra sangre nos empuja a emprender lo que denominamos frecuentemente como una huída hacia delante.

El miedo, en muchas ocasiones, a plantarse ante una situación que sabemos perjudicial para nosotros, para nuestros vecinos, el miedo a aceptar que nos hemos equivocado al tomar una decisión perdiendo de vista que, como decía mi amigo, es más valiente quien derrota al miedo. Derrotar al miedo se puede lograr de muchas formas, enfrentándose abiertamente a él o con gestos tan simples como no tomar un avión a Bruselas. Sea valiente.

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