El nieto del trapero
Abandonad toda esperanza, salmo 382º
Hace años escuché un chascarrillo acerca de la supuesta evolución del dominio que tenían los españoles de la lengua de Shakespeare, y que consistía en decir que "Michael Douglas es el hijo de Kirk Douglas" pronunciando /daglas/ primero y /duglas/ después... aunque, visto lo del relaxing cup of café con leche in the Plaza Mayor, me parece que seguiremos en el Nivel Duglas mucho más tiempo. El chiste en cuestión aún sigue vigente gracias a la asombrosa capacidad de supervivencia del patriarca del clan, el hijo del trapero según se autoproclamó en sus memorias, que ha sobrevivido no solo al resto de compañeros de generación sino también a varios de generaciones posteriores... Lo que casi incluyó al bueno de Michael cuando se le diagnosticó un cáncer de garganta que nos hizo temer una nueva violación de esa ley no escrita de la naturaleza que dice que los padres no han de sobrevivir a sus hijos.
Afortunadamente, Michael Douglas ha superado su enfermedad y si hoy vuelve a estar de actualidad no es por cuestiones de salud, sino por asuntos del corazón (se ha separado de Catherine Zeta Jones, que como él cumplió años el pasado 25 de septiembre, pero con un cuarto de siglo de diferencia) y por méritos profesionales: en los últimos premios Emmy, el telefilm de lujo de la HBO que protagoniza, Behind the Candelabra, fue elegido el mejor del año, además de llevarse los galardones al mejor director y mejor actor protagonista. También fue nominado su compañero de reparto, un Matt Damon igualmente espléndido, así como el guion de Richard LaGravenese inspirado en la vida y milagros de Liberace, el pianista y showman de gran popularidad en los años cincuenta, y uno de los primeros rostros célebres de los que se supo fallecieron a causa del virus del sida. Resulta curioso ver a Michael Douglas, macho entre los machos a la antigua usanza y habitual de las clínicas de desintoxicación sexual, interpretando a un icono gay como Liberace. Menos chocante resulta el caso de Damon, aunque a ambos haya que reconocerles la valentía de participar en un proyecto como este frente a una sociedad tan intolerante, y no me refiero a la población estadounidense en general (que también), sino al mundillo de Hollywood, donde año tras año intérpretes de ambos géneros niegan su orientación sexual para no cerrarse puertas en según qué estudios y según con qué colegas de profesión.
Hay que destacar que este film por momentos demasiado académico pero que se salva precisamente por el trabajo impecable de la pareja protagonista está dirigido por Steven Soderbergh, que sigue empeñado en afirmar que se retira mientras no para de trabajar. De hecho, es uno de los productores detrás de Un hombre solitario, también con Michael Douglas y que ha tardado la friolera de cuatro años en llegar a nuestros cines. Algo comprensible dado que trata un tema tan poco popular como el de la mortalidad: al contrario que en Behind the Candelabra, Douglas parece interpretarse a sí mismo en la piel de un sexagenario que se niega a aceptar la decadencia física que implican ciertas pruebas médicas y opta por serle infiel a su esposa e ir de ligue en ligue con chicas cuanto más jóvenes mejor. Aunque pensándolo bien, en Behind the Candelabra uno se queda encandilado con las joyas, las lentejuelas y la dentadura perfecta de Liberace y se olvida del verdadero tema de un film que podría haberse titulado La matanza del bótox, y que es el mismo que el de esta estupenda Un hombre solitario: el miedo a envejecer y morir. Será que a Douglas hijo empieza a preocuparle el asunto, aunque el cortafuegos emocional de que Douglas padre, que pronto cumplirá 97 años, siga ahí como si nada.
Un hombre solitario se proyecta en cines de toda España.