Fiestas

El niño pirata

Yo creo que todo niño que ha nacido en Villena o ha jugado su infancia en la ciudad ha deseado alguna vez por Fiestas salir de Pirata. El niño que yo fui lo deseó muchas veces. El traje con las botas, la capa... Y sobre todo el antifaz y la espada eran puerta para vestir la mucha fantasía aventurera de la niñez. Una niñez siempre exploradora y fabricante de sueños. Unos sueños alimentados entonces por el cine y por alguna lectura ilustrada con viñetas en blanco y negro.
A pesar de la mucha implicación de mi padre en la Fiesta, mi padre nunca fue de esos festeros que apuntan a sus hijos en la comparsa antes de apuntarlos en el Registro Civil, ni tampoco de esos padres que sacan a sus hijos de temprana edad en la Ofrenda, en brazos, o los montan en una carroza, atados. Esto me permitió conformarme y formarme como “mirón” y –lo reconozco ahora– creo que en Fiestas no sirvo para otra cosa.

Algún día alguien tendrá que glosar el espíritu mirón, ese espíritu espectador que disfruta tanto o más que los festeros viviendo desde otra perspectiva los desfiles, aquella que observa con paciencia, a veces con mucha paciencia, y desde su ejercitado mirar puede emitir una valoración juiciosa que traería ideas que harían más digna la Fiesta de hacerle más caso del que se le hace. Pero la Fiesta, para su desgracia, sólo está en manos de los festeros.

De mi infancia de mirón me queda la lógica querencia familiar a la Comparsa de Marruecos. Disfrutaba mucho su buen desfilar, desde las alturas. Desde la casa de Juan Hernández, compañero de trabajo de mi padre en el Banco Hispanoamericano. Su familia, como los buenos villeneros, nos ofrecía toda la hospitalidad y las ventanas para asomarnos a aquel río festivo que, por entonces, fluía sobre adoquines. Desde aquel piso en la Corredera yo veía tejer evoluciones a los Marruecos formando letras y figuras que a los ojos del niño que era eran filigranas hermosas. En otras ocasiones también disfrutaba a los Marruecos desde el llano. Viéndolos venir en la Entrada en ese lugar privilegiado para su contemplación que es el Pasaje Candel, perspectiva predilecta de mi madre donde colocaba algunas sillas atadas cuando las sillas atadas en las calles de Villena eran exposición variopinta de aposentos de toda época y material. Cuando por aquello de la modernidad la prohibición de las sillas particulares, siendo concejal de Fiestas Antonio Martínez, publicamos un artículo en Información que, más que crítica, sólo fue un grito romántico rememorando y empezando a añorar ese Museo Etnográfico o Etnológico que perdíamos sustituyendo la costumbre por la modernidad, sustituyendo lo tradicional por el plástico duro. Las sillas atadas eran, popular mudanza pasajera, sillas que confluían como arrastre de rambla en las calles de los desfiles.

Las tribunas han favorecido a la Fiesta vista como espectáculo, pero la inmundicia que se acumula bajo ellas y el olor a orín es la misma inmundicia y olor a orín de siempre, pero hecho pocilga por lo cerrado. Pero también uniformizan no sólo el escenario sino los sueños. No es lo mismo dormir una trasnochada de Fiestas en una silla estándar que sólo sabe de fiestas, eventos y espectáculos –hasta pueda que de algún mitin– que dormir en una silla que sabe de cocinas o comedores o salitas o talleres de labores y artesanías.

Una vez en unas Fiestas, durmiendo en una silla de enea, el sueño me habló de sabores trabados por guisos detenidos. Patatas con regusto a hollín. Y llantos de pedreguera. Me desperté con hambre. Otra vez, en otras Fiestas, durmiendo en una silla forrada en escay supe de los desvelos zapateros de cuando flojea la faena y, como rumor, sentí gritos de huelga. Como aquellos de cuando la Transición. Y en otra, amagado sobre su asiento de terciopelo, sentí los desvelos amorosos de un pretendiente indeciso que nunca llegó a decir su amor a su amor. Y en aquella labrada de lirio y rosa supe de muchas ilusiones familiares quebradas por la muerte temprana.

¡Y cuántas veces desperté en ellas, sillas de todas las casas, el sueño dormido de ser Pirata! Navegando feliz sobre una tortuga.

A Manuel Muñoz Hernández

Fotografías: Joaquín Marín

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