El otro cine
Abandonad toda esperanza, salmo 590º
Los complejos multisalas no suelen tener buena prensa entre una parte importante de la cinefilia militante por aquello de que se pierde el trato personal, pero creo que se trata de una postura romántica que establece una analogía entre los cines añejos y las viejas librerías de toda la vida que francamente no procede. Sobre todo, en el caso de que los multicines se gestionen bien y propongan una oferta plural: personalmente, desde que el cine más cercano a mi casa ha dejado de formar parte de la cadena a la que pertenecía antes y que ahora mismo no recuerdo (qué pronto olvidamos los espectadores a los viejos amores) para engrosar las filas de los cines Kinépolis, mi experiencia como aficionado al séptimo arte ha mejorado ostensiblemente. Sí, claro, siempre quedan aspectos por mejorar: al margen de la reducción de los pases en versión original durante la popular Fiesta del Cine -que denuncio puntualmente año tras año en esta misma columna-, me parece indiscutible que en todo pase debería estar presente en la sala y durante toda la proyección un encargado de vigilar la calidad de la imagen y el sonido, la iluminación de la sala y el comportamiento del respetable. Y esta es una figura que brilla por su ausencia... en los Kinépolis y en cualquier otro cine que yo conozca, sea de muchas salas, de pocas o de una sola.
Hoy quería comentarles la última iniciativa de esta cadena de cines y las dos primeras películas que he podido disfrutar gracias a ella. Esta iniciativa se llama Cine K, "(el otro cine) de Kinépolis", y le perdono todas las generalidades y prejuicios que ustedes quieran -habla de "un cine especial, sorprendente y diferente"- si me da acceso a un cine de autor que difícilmente llegaba a las salas de los centros comerciales... o, simplemente, que difícilmente llegaba y ya. El ciclo ha arrancado este mes de noviembre con un estreno semanal, y aunque dejé pasar el primero -La gran enfermedad del amor-, no me he perdido los dos títulos que le siguieron y que son precisamente los triunfadores de dos de los festivales de cine que sigo con más interés: Cannes y Sitges.
La Palma de Oro del primero, todavía hoy considerado el galardón más prestigioso de entre todos los que se conceden en los festivales del mundo conocido, recayó -creo que muy merecidamente- en The Square, una coproducción entre varios países de entre los que destaca Suecia, pero que pese a ello se parece mucho más al cine de Michael Haneke -aunque en menos bruto- que al del ilustre Ingmar Bergman. Se trata de una tragicomedia que se mueve entre el costumbrismo y la sátira, y que por aquello de estar protagonizada por uno de los conservadores de un museo de arte contemporáneo (encarnado por un estupendo Claes Bang, algo así como Lambert Wilson pero en joven), se ha entendido enseguida como una crítica a la vacuidad del arte moderno. Francamente, no tengo muy claro si van por ahí los tiros o si este no es más que un tema muy secundario en la propuesta del guionista y director Ruben Östlund, que ya convenció con Fuerza mayor y que por cierto se alegró más cuando le dieron la Palma que Roberto Benigni cuando a este le regalaron su Oscar. A mi parecer, aquello que The Square pone en su punto de mira es un objetivo más global: la falta de solidaridad, de empatía, de humanidad al fin y al cabo, de la sociedad de consumo; así como la pervivencia de las diferencias entre unas clases sociales que ya ni siquiera luchan entre sí porque la guerra terminó hace ya mucho tiempo. Y supongo que no hace falta que les diga quién la ganó.
Una de las cintas que fueron desbancadas por The Square en la carrera por la Palma de Oro fue precisamente la que acabó triunfando por todo lo alto en Sitges (y por partida doble, pues además del premio gordo también se llevó el de los efectos especiales): Jupiter's Moon es la nueva película del húngaro Kornél Mundruczó, y de ella alguien cuyo nombre no recuerdo dijo algo así como que era cine social disfrazado de película de superhéroes. Una descripción esta más que discutible en la medida en que el cine superheroico necesita de (super)héroes, y aquí no encontrarán ninguno: el protagonista es un joven sirio que trata de cruzar la frontera que separa a Serbia de Hungría junto a su padre y otros muchos infelices en busca de un mundo mejor, y en un momento de su periplo descubre que tiene poderes extraordinarios... de los que un médico de ética dudosa y atormentado por una negligencia de su pasado intentará aprovecharse, aunque para ello acabe ayudando al muchacho de forma indirecta. Como podrán adivinar, se trata de un relato fantástico que sirve para hablar de la crisis de los refugiados; un tema y una aproximación la de Mundruczó que, vaya por dónde, no está muy lejos de la propuesta de Östlund en The Square, y que proporcionan al director de White God la oportunidad de crear imágenes poderosas que permanecen en la retina del espectador mucho tiempo después de que la película termine.
Y ya que hablamos de ese otro cine, alejémonos por un momento de los multisalas y acerquémonos a la Cinemateca del Mediterráneo que propone la Fundación Caja Mediterráneo y que coordina Paco Huesca, al que los aficionados al cine de esta ciudad tanto le debemos por su gestión al frente de los añorados Minicines Astoria, el último reducto del cinéfilo durante años y años. Actualmente, la Cinemateca ofrece todos los lunes un ciclo que apenas puedo disfrutar por incompatibilidad de horarios -sería estupendo que ampliar los días de su actividad estuviera entre los propósitos para el año nuevo-; pero el pasado lunes sí pude escaparme para ver la última película de los veteranos hermanos Paolo y Vittorio Taviani, Maravilloso Boccaccio, que adapta -como ya hiciera Pasolini en los años setenta- algunas historias extraídas de El Decamerón; ya saben, esa antología medieval de narraciones varias que junto con Los cuentos de Canterbury, Las mil y una noches y nuestro Libro del buen amor sentó las bases de la narrativa que terminaron por definir Cervantes y su Alonso Quijano. En esta ocasión, los directores que triunfaron en Berlín con su anterior César debe morir eligen cinco relatos que se mueven entre la comedia bufa y el drama romántico, casi siempre con propósito aleccionador (recuerden que estamos en la Edad Media), para ofrecernos una cinta que, a pesar de lidiar con la peste negra que asolaba Florencia a mediados del siglo XIV, se nos muestra henchida de una jovialidad y un entusiasmo que se diría dirigida por alguien mucho más joven que la pareja que obtuvo precisamente la Palma de Oro de Cannes con Padre padrone.
En resumidas cuentas: tres películas estupendas que ningún aficionado en su sano juicio debería perderse. Eso sí: lo de que "se proyectan en cines de toda España" que reza la leyenda de abajo respecto de dos de ellas -la de los Taviani ni siquiera es un estreno reciente- es solo una forma de hablar, claro.
The Square y Jupiter's Moon se proyectan en cines de toda España.