El otro cine (alegórico)
Abandonad toda esperanza, salmo 592º
Creo que a nadie se le escapará que ese otro cine del que les hablaba hace quince días, ese otro cine del que la cadena Kinépolis nos viene ofreciendo últimamente al menos un ejemplo por semana -y no sé hasta cuándo durará el chollo, porque cuando vi Jupiter's Moon tenía toda la sala para mí solo-, es efectivamente un cine minoritario porque el espectador medio rechaza las sorpresas y espera que se le dé aquello por lo que él considera que ha pagado: un producto manufacturado sin trampa ni cartón y con garantía de satisfacción. Aunque la garantía dure dos horas y no dos años, y la satisfacción sea mínima e idéntica a la de siempre. Ni más ni menos.
Las dos primeras películas de las tres que quiero comentarles hoy son un buen ejemplo de ese otro cine que toma un camino diametralmente opuesto, que no teme enfrentar al espectador a lo inesperado, y en donde el argumento es la excusa, a veces incluso de forma alegórica, para contar otra cosa. Un recurso este en el que el jurado del Festival de Cannes que decidió otorgarle la Palma de Oro a The Square debió de ver algo de mérito, pues incluyó ex aequo a sus respectivos guiones en el palmarés de la sección oficial.
Empezaré con En realidad, nunca estuviste aquí, porque me parece no solo la mejor de las tres con diferencia sino una de las cuatro o cinco mejores películas de este 2017... y eso que ha sido una cosecha excelente, tal y como les contaré dentro de unas semanas en la última columna del mismo. La película, escrita y dirigida por Lynne Ramsay a partir de la novela homónima de Jonathan Ames, ha sido saludada como "el Taxi Driver del siglo XXI", pero aparte de la boutade de suponer que en los ochenta y tres años que nos quedan hasta alcanzar el siglo XXII no se va a estrenar ninguna otra cinta que se parezca más al clásico de Martin Scorsese, también es cierto que si no fuese por su ambiente urbano podría recordar igualmente a Centauros del desierto, la inspiración directa del guionista Paul Schrader para crear a Travis Bickle. Pero dejemos de lado comparaciones que no van más allá de ser un reclamo publicitario y centrémonos en el soberbio trabajo de dirección de Ramsay, de un estoicismo por momentos digno de Bresson; y en la no menos prodigiosa interpretación, también premiada en el festival francés, de Joaquin Phoenix, aquí un antihéroe empeñado en rescatar a una adolescente, casi una niña, que al contrario que la joven encarnada por una debutante Jodie Foster (vaya, he vuelto a las comparaciones sin querer) carece de libertad y es obligada a ejercer la prostitución. No obstante, tal y como les sugería antes, el verdadero tema de la película subyace bajo esta línea argumental, y no es otro que los abusos de poder que unas personas ejercen sobre otras. Unos abusos que pese a episodios aislados como el que centra la trama del film seguirán produciéndose hasta el fin de los tiempos -hecho al que podría aludir el título, cargado como el propio relato de una cierta ambigüedad-, y a propósito de los cuales la directora nos recuerda, flashbacks mediante, que en muchas ocasiones el maltratado acaba convirtiéndose en maltratador... aunque muy pocos, tal y como hace el protagonista del film, terminen profesionalizándose y cobrando por ello.
Menos redonda, aunque no por ello deja de ser una película excelente, es El sacrificio de un ciervo sagrado, segunda película rodada en inglés por el griego Yorgos Lanthimos tras Langosta y por tanto también su segunda colaboración con el actor Colin Farrell, que aquí comparte protagonismo con Nicole Kidman tal y como ocurriera en La seducción... Película esta por cierto que obtuvo el premio a la mejor dirección en Cannes para Sofia Coppola, aunque ese galardón yo se lo hubiera dado antes a cualquiera de los dos filmes del certamen que les recomiendo hoy. Pero dejando aparte preferencias personales y otras minucias, centrémonos en la cinta que podría haberse vendido como "el Teorema del siglo XXI" si los redactores de la prensa generalista o los encargados de marketing de las productoras todavía se acordaran de Pasolini como se acuerdan de Scorsese. Efectivamente, el nuevo trabajo del director de Canino, escrito por su compatriota y colaborador habitual Efthymis Filippou y él mismo, vuelve a diseccionar tal y como hizo ya en aquella cinta tan desasosegante el concepto de la familia, pero recurriendo esta vez a un elemento externo y disruptivo en la línea que inauguró el cineasta e intelectual italiano y que continuaron realizadores como los asiáticos Takashi Miike y Park Chan-wook en sus respectivas Visitor Q y Stoker (esta última protagonizada también por Kidman, que a estas alturas ya debería vérselas venir). Para ello, se recurre al mito griego de Ifigenia reelaborado por autores como Eurípides (y que se cita de forma explícita en la narración, pero no en los créditos), y el resultado es una de las películas más angustiosas y malsanas de los últimos tiempos, en la medida en que plasma en la gran pantalla con una elegancia digna de Kubrick algunos de los tabúes de la sociedad contemporánea, sobre todo en lo que a relaciones paternofiliales se refiere; y donde se manifiesta con unas actitudes tan sorprendentes y una ausencia de explicaciones tan osada que con ella Lanthimos prácticamente se inmiscuye no ya en el cine de terror, que también, sino en el fantástico más arriesgado.
Ya fuera del ciclo Cine K y lejos de Cannes, pude ver otro ejemplo de ese cine que parece que te está contando una cosa pero en realidad te está contando otra. Me refiero a Musa, la película con la que Jaume Balagueró adapta la novela de José Carlos Somoza La dama número trece y que le ha llevado a abandonar al menos por el momento la emoción visceral e inmediata de la saga Rec para regresar a los temores más primarios y abstractos de sus primeras películas, particularmente los de la prodigiosa Los sin nombre y la reivindicable Darkness. En este su nuevo film, el director de la también interesante aunque irregular Frágiles convierte a las musas que según la mitología clásica han inspirado a artistas de diversa índole en un nuevo icono terrorífico que sumar a los cultos sectarios, los fantasmas y demás presencias inquietantes en su galería de los horrores particular. Y aunque lamentablemente el espectador vaya un paso por delante del protagonista en sus pesquisas y el impacto del último tramo del relato se resienta bastante por ello, la innegable poética de la propuesta y el buen acabado formal de la cinta la libran de ser un producto desdeñable... aunque no todo el mundo piense así: al contrario de lo ocurrido con los filmes comentados arriba, la crítica especializada se ha mostrado bastante dura con esta alegoría sobre la belleza estética y los orígenes de la creación artística; y aunque en principio las tenía todas consigo para ser un taquillazo -"la nueva película de terror del director de Rec", nada menos- y no ser relegada al gueto de ese otro cine minoritario, una semana después de su estreno ya nadie se acordaba de ella. De hecho, como con Jupiter's Moon, también vi Musa más solo que la una: se ve que las musas venden menos que los zombis. O será que el cine alegórico no se lleva esta temporada.
En realidad, nunca estuviste aquí, El sacrificio de un ciervo sagrado y Musa se proyectan en cines de toda España.