Viéndolas pasar

El otro Pleno

Dentro había hombres, mujeres y niños. Allá cada cual con su conciencia. Fuera estábamos los que llegamos tarde y no pudimos entrar por encontrarse todas las sillas ocupadas por personas que ejercían su derecho constitucional a participar en los órganos de la democracia.
En el grupo en el que me hallaba, puedo asegurar que formado por personas de todas las tendencias políticas, desde miembros de la ejecutiva del PP hasta destacadas personas de la izquierda, todos y todas conversábamos acerca de muchos temas, sin frivolizar sobre lo que presenciábamos y de vez en cuando escuchábamos, aunque sí es verdad que fuimos capaces de reírnos y aguantar el frío con buen humor.

Conocí a una persona que, intuyo, no es de derechas ni de centro, pues salía del despacho de IU y muy amablemente me tendió la mano mientras se presentaba y me identificaba. Entablamos conversación y me alegró mucho poderlo hacer porque soy de los que piensan que las opiniones de las personas, por divergentes que sean de las de uno mismo, no deben ser motivo de distanciamiento sino de enriquecimiento.

“Has cambiado mucho el tono” –me decía. Y creo que él mismo se dio cuenta de que nunca mi tono ha sido alto ni malsonante. Salvo excepciones que lamenté en su momento, creo haberme limitado a expresar opinión de forma más o menos acertada aunque, sí es verdad, muchas personas consideran el tono más o menos elevado cuando alguien critica sus acciones o convicciones, las propias o las de sus respectivos partidos políticos.

Me quedé con esta parte de la conversación y reflexioné sobre ello, constatando una vez más que la impresión general es que cuando alguien no coincide plenamente con las opiniones propias, se tiende a colocar en el lado del “contra mi”. Creo que es un error, vuelvo a reiterar que las opiniones discrepantes son, si cabe, más necesarias e importantes que las demás, pues ayudan a mejorar las ideas propias a poco que uno sea permeable y capaz de destilar de las críticas, la parte positiva que siempre aportan.

Muchas veces me pregunto qué piensan las personas con responsabilidad de gobierno cuando toman una decisión. ¿Se aferran a ella? Puede ser comprensible. De hecho, según algunos expertos de esos que dan cursos de “Dirección de Empresas”, un ejecutivo debe comprometerse con la decisión tomada y llevarla hasta sus últimas consecuencias.

No comparto en nada este planteamiento porque, si rectificar es de sabios, me gustaría saber que aquellas personas que de una forma u otra tienen en sus decisiones la posibilidad de influir en mi vida, son capaces de rectificar su compromiso toda vez que se den cuenta de que su decisión sobre cualquier tema es errónea. No somos superhombres o supermujeres, somos personas y aceptar un error no es, ni mucho menos, un signo de debilidad. Sea Alcalde o Presidente de Gobierno, un error admitido y rectificado es mejor garantía de éxito que cualquier error defendido.

Creo que, en general, cuando alguien alcanza esa cota de poder o responsabilidad de gobierno, cree elevarse por encima de su propio origen, por encima del pueblo, y deja de mirar hacia sus iguales para tratar de mirar hacia arriba. Es un error porque, siendo cierto que los puestos de responsabilidad ofrecen una visión de conjunto distinta de la de cualquier otro ciudadano, esto no nos ubica, necesariamente, por encima del resto. En muchas ocasiones hemos visto que alcaldes campechanos, por ejemplo, siguen vivos en la memoria del pueblo porque nunca olvidaron ni su origen ni su objetivo.

Feliz año electoral.

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