Cartas al Director

El tamborilero

No soy un gran aficionado a ver fútbol, pero de vez en cuando me gusta acercarme a “La Solana”, disfrutar de un partido en vivo y recordar viejos tiempos en los que me sentía futbolista.
La tarde era fría y allí, a las faldas de la “Sierra de la Villa”, más fría todavía. Compuesto de bufanda, gorro y guantes, compré pipas y busqué un sitio privilegiado en las gradas, cosa sencilla debido al poco público existente. Todo normal, se acercaba la hora del encuentro hasta que… ¡Dios no puede ser! Sí, me había tocado. Un padre dejó a su niño justo delante de mí y con cara de satisfacción por tener al chaval colocado, emprendió camino a la zona norte: “el bar”.

El crío iba ataviado con una pancarta, una bandera y, lo que es peor, “un tambor”. ¡Que suerte la mía! Con mil metros de perímetro y había elegido el sitio donde, domingo sí, domingo no, acude el niño tamborilero. Me resigné a mi suerte y opté por no mudarme de zona. Quizás incluso podría acompañarle con los gritos de “Villena Villena” al son del tambor.

Cuál fue mi sorpresa cuando, a la salida al campo de árbitro y jugadores, el crío empezó a proferir insultos contra los visitantes y el colegiado. Se consumía la primera parte y seguía desgañitándose, recordándole al señor de negro lo mala que era su mujer, todo ello acompañado al son de su tambor. También tuvo algunas dedicatorias racistas par un magrebí que jugaba en el equipo contrario.

No tendría más de diez años, era gordito, la tez ya muy sonrojada y una fuerte afonía mermaba su garganta. Se notaba cansado, no había parado en cuarenta y cinco minutos, pero sacó fuerzas de flaqueza y en el descanso saltó al césped a jugar con otros niños a la pelota. El chaval que imitaba a los hombres, por primera vez, se comportaba cono lo que era, un niño.

En la reanudación del encuentro volvió a su sitio y empezó a lanzar nuevas andanadas, aunque pronto se empezó a escuchar sólo el tambor; su afonía ya era total. Acabado el partido y con el marcador de 2-2, el chaval recogió su pancarta, guardó las baquetas y con el tambor colgado y la bandera a “la cazadora” (sobre el hombro) se dirigió arrastrando los pies en busca de su padre.

Lo que en un primer momento ví como una barbaridad y falta de cordura, quizás empezaba a tener sentido. Él era una víctima de esta sociedad. ¿Sería éste un chaval hiperactivo? ¿Sería ésta la terapia recomendada desde el gabinete psicopedagógico municipal, para que durante la semana se comportase tranquilamente en su casa y colegio? ¿Quizás éste sea el programa “Ultrasur”, el cual prepara a adolescentes para que en un futuro vayan a vocear a la Casa de la Cultura y a montar el pollo en el salón de plenos del M.I. Ayuntamiento? ¿O solamente imitaba a todas las personas “adultas” que estaban detrás y que incluso le reían las gracias?

Amigo tamborilero, sé que lo de “A la-vi a la-va a la bin-bon-ba” es un poco ñoño para dar ánimos a tu equipo, pero tampoco creo que la mejor solución sea acordarte de los difuntos del árbitro o el equipo rival. Y otra cosa señor padre del chaval, apunte a su hijo a un grupo de “BATUKA”, se realizará más, chillará menos, llegará a ser un buen músico y yo saldré del estadio con frío, mucho frío, pero sin dolor de cabeza.

Fdo. Jose Manuel Ferrándiz

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