A la hora de escribir sobre Pedro Almodóvar, casi siempre hacen acto de presencia dos lugares comunes: uno, muy de periodistas, es referirse a él como “nuestro director más internacional” o con la fórmula todavía más cansina de “manchego universal”; el otro, muy de críticos, es afirmar que a su cine o se le ama o se le odia, sin término medio. Lo primero es indiscutiblemente cierto, pero lo segundo se me antoja una falacia... y a mi propia experiencia me remito: nunca lo he considerado uno de mis cineastas favoritos (ni siquiera de entre los españoles), pero tampoco he desdeñado su aportación a nuestra cinematografía como han hecho buena parte de la crítica especializada y del público (ambos patrios, especialmente... y no por casualidad). Esto se debe a que hasta la fecha ninguna de sus películas me parecía completamente redonda, pero también he considerado siempre que hasta en la más mediocre (pienso sobre todo en Los amantes pasajeros) pueden encontrarse escenas memorables o incluso destellos de genio.
A sabiendas de que su más reciente trabajo, Dolor y gloria, completa una suerte de “trilogía involuntaria” sobre el cine dentro del cine y con apuntes autobiográficos que se extiende a lo largo de más de treinta años de dedicación al séptimo arte, me propuse volver a sus dos entregas anteriores antes de ver la nueva. Y me encontré con que revisar La ley del deseo me resulta mucho más gratificante ahora, ya pasados los cuarenta años, que cuando la vi con veintipocos. Porque aunque me parece que no funciona igual de bien durante todo el metraje -la subtrama policíaca no termina de convencer-, me creo a pies juntillas al director de cine (el primero de la carrera de su realizador) encarnado por Eusebio Poncela, intuyo ya al Banderas poderoso que estaba por llegar, y sobre todo vuelvo a comprobar por qué Carmen Maura está considerada como una de nuestras más grandes actrices. Me río de vez en cuando, y también me conmuevo; y lo que es más importante: entiendo que lo único que separa a Almodóvar de otro cineasta de la postmodernidad como su admirador Quentin Tarantino es el género, porque desde el melodrama uno y desde el thriller otro, ambos han partido de materiales ajenos y hasta de derribo -la cultura popular, tan ninguneada hasta convertirse en referencial o en kitsch- para configurar algo sorprendentemente reconocible como propio precisamente por su condición de, contra todo pronóstico, genuino.
Qué decir de la segunda entrega de la trilogía, La mala educación, que ya me gustó mucho en el momento de su estreno pero que al verla ahora tres lustros después me gusta todavía más: entiendo mejor las motivaciones de todos los personajes y alcanzo a comprender de forma más precisa las múltiples lecturas de una de las películas más complejas, narrativamente hablando, de su director. Aquí las peripecias criminales -no me refiero a los abusos pedófilos en el seno de los colegios católicos, uno de los temas fundamentales del film-, de los personajes encarnados por Gael García Bernal, Lluís Homar y Francisco Boira, deudoras del cine negro clásico, sí evolucionan a la perfección, y subrayan las relaciones afectivas entre estos personajes y el director de cine, otro más, al que aquí da vida el alicantino Fele Martínez. Todo ello se plasma en la película más masculina de quien ha sido reconocido especialmente como un magnífico director de actrices; película que es también una de las más tristes y oscuras de su filmografía, y también de las más conseguidas.
Y llegamos así a Dolor y gloria, de la que ya les adelanto que es también uno de sus mejores trabajos, si no el mejor. En algunos de sus filmes anteriores, y muy particularmente en los dos ya comentados, Almodóvar salpicaba los libretos de algunos apuntes autobiográficos más o menos disimulados, pero aquí convierte a Antonio Banderas en su álter ego, un director de cine con quien comparte el pasado reciente (los años de la movida madrileña) y el presente continuo (la época de declive físico y cenit profesional), para ofrecernos su particular 8 ½ aunque opte por una estética más austera -dentro de lo que cabe, que hablamos de quien hablamos- que la del maestro Fellini.
Pocas veces una película de su director, por no decir de cualquier otro, me ha fascinado de manera tan obsesiva siendo, al menos aparentemente, tan sencilla: a pesar de lo diáfano de un relato con muchos menos vericuetos narrativos que la por momentos estrambótica La ley del deseo o en las antípodas de la estructura laberíntica de La mala educación, las sugerencias de Dolor y gloria se incrementan a cada momento tras su visionado. Por citar solo algunas de las muchas que esconde esta película grandiosa: las transiciones del hoy al ayer y viceversa; la madre interpretada por dos actrices, Penélope Cruz y Julieta Serrano (aunque en realidad la primera se interprete a sí misma, y si se fijan con atención lo entenderán mucho antes de llegar a su brillante colofón); la amistad recuperada con un actor, encarnado por un excepcional Asier Etxeandia -el mayor descubrimiento del film para quien esto firma-, en un trasunto de la difícil relación del cineasta con la misma Carmen Maura; el conmovedor reencuentro con el amante perdido, aquí un Leonardo Sbaraglia que muy pocas veces ha estado mejor; la secuencia animada, geográfica y anatómica, a cargo de Juan Gatti; el cameo de Jordi Costa, contracultura mediante; el Arte con mayúsculas que decora el hogar del protagonista (casi idéntico al del propio Almodóvar) versus el arte realizado con materiales desechables por parte de los artistas que ignoran su condición de tales; y, claro, los vínculos entre cine, teatro, literatura, pintura y música, casi siempre presentes en la obra de un autor que ama la expresión artística por encima de todas las cosas.
Precisamente ahora que menciono estos vínculos, no quiero dejar de recomendarles un libro a propósito del director de Tacones lejanos que los analiza con precisión. Se trata de Universo Almodóvar, que aunque se publicó hace dos años y por tanto no recoge su más reciente estreno (alcanza, pues, hasta la inmediatamente anterior Julieta), se me antoja una herramienta imprescindible para apreciar como se merece la obra de, no puedo evitarlo, nuestro director más internacional (espero poder resistir, ya a estas alturas de la columna, la tentación de recurrir a lo de “manchego universal”). En sus casi quinientas páginas, José Luis Sánchez Noriega despliega a partir de poco más de cien entradas ordenadas alfabéticamente que pueden leerse a saltos o de corrido, una aproximación certera a las películas, las referencias y las constantes temáticas y estilísticas de la obra de Almodóvar; alguien del que, como subraya el título del volumen y al margen de que guste más o menos, no puede negarse que posee un universo propio y que merece su propio adjetivo: lo almodovariano. Algo, como saben, al alcance de muy pocos.
En resumidas cuentas: gracias a la lectura de este revelador Universo Almodóvar, a la revisión de sus películas, y sobre todo a las excelencias de Dolor y gloria, me he terminado reconciliando con el autor de Todo sobre mi madre (aquí lo de “manchego universal” habría venido que ni pintado) y me han entrado ganas de volver a ver todas sus películas. Sobre esto último, hago mía una reflexión que se plantea hacia el comienzo de Dolor y gloria: el personaje de Banderas le confiesa al de Cecilia Roth que ha revisado su película más popular y que le ha gustado mucho más ahora que entonces, a lo que ella le responde que son sus ojos los que han cambiado, porque la película sigue siendo la misma. Y en cuanto a la propia Dolor y gloria, aunque en su buena recepción crítica algunos hayan visto complots de intereses ocultos por parte de grandes corporaciones -algo lógico dado que no sería la primera vez que sucede algo así-, en esta ocasión se trata de una película excepcional de principio a fin y que se defiende por sí sola; una pieza de orfebrería sobre el tormento físico y el éxtasis creador que sitúa la carrera de su principal responsable en un momento creativo particularmente prometedor e intrigante por lo que tiene de punto y aparte, que no final... afortunadamente para todos aquellos que le profesamos admiración. Y como ven, ahora sí me incluyo entre estos sin ningún género de dudas.
Dolor y gloria se proyecta en cines de toda España; Universo Almodóvar. Estética de la pasión en un cineasta posmoderno está editado por Alianza.
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