Editorial

El vandalismo, un problema de todos

A falta de datos estadísticos que confirmen una percepción que todos tenemos, lo cierto es que parece existir cierto consenso a la hora de afirmar que el número de actos vandálicos sucedidos en nuestra ciudad parece haber aumentado de manera notable en los últimos tiempos.
Jardines, bancos, maceteros y cualquier otro elemento habitual del mobiliario urbano sufren de manera constante el asalto de ciudadanos, por lo general jóvenes, que sin ningún rubor o los deterioran –el graffiti suele ser la “técnica” más común– o directamente los destrozan aprovechando el silencio y la soledad de la noche, lo que convierte en aún más cobarde su acción. El colofón a esta carrera incomprensible se ha puesto, por ahora, esta semana, con la destrucción por parte de un pequeño grupo de adolescentes de la cruz del Santuario de las Virtudes, a cuyo valor material e histórico hay que sumar las connotaciones sentimentales y religiosas que posee para no pocos villeneros.

Una encuesta puesta en marcha por elperiodicodevillena.com en estos mismos momentos indica que para la mayoría de nuestros lectores la principal causa de este aumento del número de actos vandálicos reside en la mayor permisividad de los padres. A mucha distancia, otros ciudadanos echan de menos una mayor presencia policial en nuestras calles, así como explican estos actos reprobables señalando que la juventud de hoy en día no es como la de antes.

Seguramente todos ellos tienen razón, y es la suma de todos estos factores, más otros muchos que se nos escapan, la que tiene como resultado una serie de actos que, además de estropear nuestra ciudad y el patrimonio común de todos, cuestan no poco dinero a las arcas públicas, pues en escasas ocasiones se logra identificar, detener y exigir responsabilidades a los autores de estos desmanes –que, cuando sí son atrapados, están además amparados por incomprensibles medidas legales como la llamada Ley del Menor, que los convierte en ciudadanos casi intocables–.

Por ello, no cabe sino redoblar esfuerzos para combatir una lacra que a todos nos afecta y que entre todos debemos evitar en lo posible: desde las familias, desde la escuela, desde las instituciones y desde las fuerzas de orden público, sin olvidar que somos los propios ciudadanos quienes, en muchos casos, y practicando la cobarde política de mirar hacia otro lado cuando vemos algo que no nos gusta, favorecemos de manera involuntaria la impunidad de quienes deberían sentirse vigilados y tener más que claro que siempre hay alguien dispuesto a denunciar a quien no actúa como debe.

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