Testimonios dados en situaciones inestables

En la puerta había grupos con pancartas que pedían el cierre de Dispare y Sonría

Mis papás, mi hermano, que ese día cumplía diez años, y yo llegamos muy temprano a Dispare y Sonría, un centro de entretenimiento en el que toda la familia puede disfrutar de las armas de fuego en un entorno seguro, según ponía en el folleto. En la puerta había grupos con pancartas que pedían el cierre de Dispare y Sonría.
Tanto hombres como mujeres iban vestidos con ropas que parecían de actores de circo y llevaban el pelo recogido en trenzas muy finas, y muchos tenían barbas feas y descuidadas, incluidas algunas mujeres. Mi papá dijo que eran los que querían impedir que las familias decentes disfrutáramos de nuestro derecho a la educativa diversión de Dispare y Sonría, y añadió guiñando un ojo que él tenía muy claro lo que habría que hacer con ellos. Mi hermano de diez años recién cumplidos se rió de forma un poco estúpida, de esa forma en que a veces se ríen los niños cuando sus padres dicen algo que suena muy ingenioso; el pobre todavía es una cosa en vía de desarrollo a ser humano. Cruzamos los controles de seguridad, aparcamos el coche en el espacioso aparcamiento y fuimos hasta el edificio principal para recoger nuestras acreditaciones y armas. Yo me pedí un rifle Crickett del calibre 22 de color rosa muy chulo y muy ligero especial para gente de mi edad, a mi hermano le dieron uno parecido al mío pero de color azul y de la talla M, mi mamá se pidió un subfusil de asalto Micro Tavor X95 muy compacto y muy manejable, y mi papá optó por un AK-47 clásico diciendo que si había que darle caña a esa basura de ciudad mejor era hacerlo con un arma que estuviera a la altura. Desde la sala de armamento entramos al túnel principal, que era una recreación muy realista de un callejón oscuro de esos de los barrios bajos con porquería por todos lados, un espacio lleno de rincones en penumbra y ventanas con cristales rotos donde empezaron a aparecer planchas de metal movidas por resortes mecánicos en las que estaban impresas figuras de toda la posible variedad racial de delincuentes que una persona decente puede encontrarse en lugares así. Mi papás empezaron a disparar con mucha destreza, dándoles una buena paliza a atracadores, pervertidos, camellos, yonquis, vagabundos, chulos, prostitutas, artistas, poetas, izquierdistas, inmigrantes, ateos, pacifistas y todo tipo de gente de mal vivir, según mi papá. A mi hermano y a mí nos costaba un poco más, ya que nuestros rifles eran de un solo disparo y había que recargarlos cada vez, y después había que apuntar muy deprisa, ya que las figuras aparecían y desaparecían en apenas unos segundos. Cuando llegamos al final del callejón y dejaron de aparecer figuras impresas, mi papá puso la mano en el hombro de mi hermano y le señaló una ventana. Mi hermano apuntó, pasaron unos breves pero emocionantes segundos, y después apareció en la ventana un niño claramente racial y más o menos de la misma edad que mi hermano llorando de esa manera impertinente en que lloran los niños pobres. Mi hermano le disparó, acertándole en toda la cabeza, y todos gritamos feliz cumpleaños, y se encendieron las luces, y aparecieron otras familias aplaudiendo y gritando feliz cumpleaños, y mi papá abrazó a mi hermano y le dijo que ese era su regalo de cumpleaños, y mirando a la ventana concluyó, y el suyo.

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