Fuego de virutas

Entre la tibia y el peroné

Ya podemos hacer sesudos estudios en torno a las Fiestas de Moros y Cristianos, congresos, mesas redondas y entrefiestas, ya podemos rompernos los cuernos intentando saber de sus orígenes y evolución, de tradiciones y cambios, de mejoras y estropicios, que lo mejor de ellas y en ellas es la amistad. Amistad compartida, sangre que las mantiene en vida. Y que así sea por los siglos de los siglos.

Si un día escribimos que todo niño que ha nacido en Villena o ha jugado su infancia en la ciudad ha deseado alguna vez por Fiestas, siendo niño y soñando como sueñan los niños, salir de Pirata, el otro día, aún no saliendo porque no son días de desfilar, fuimos pirata. Invitados a compartir la comida familiar con los piratas de La Tibia y el Peroné, nos sentimos piratas. Y todos los sueños de nuestra infancia por ser pirata se hicieron en parte realidad. Ya no somos niños, es verdad, pero aquí, porque seguimos soñando, es como si lo fuéramos, porque nos cupo la risa y la emoción. Todo envuelto y convulso, como en ágil voltereta.

Desde que colgamos el traje de Marrueco, traje que ya no nos viene, y recuperamos nuestro ser "mirón", asumiendo con gozo que cada uno tiene el papel que tiene en las Fiestas y es papel determinado por el carácter y la costumbre, asentamos pequeñas "tradiciones" para nuestra intrafiesta, para esa fiesta particular que fuera de programación nos hemos ido haciendo "oficial". Pequeñas "tradiciones" que dan sentido a esos días que cuando podemos vivirlos, los vivimos con intensidad. Pequeñas "tradiciones" que azuzan nuestro deseo por disfrutar la Fiesta. Entre éstas, sin exigencias ni obligación, está el almorzar el día seis de septiembre con amigos de La Tibia y el Peroné, escuadra peculiar si es escuadra, con contabilidad, si la tienen, que intuyo como las de antes, en papel de estraza. Porque las hay que priorizan infraestructuras, impedimentas y líos, pero aquí se prioriza la convivencia, el buen ambiente, el ser avenencia. Al menos esto es lo que yo vivo cuando me junto con ellos. Esto y mucha risa.

Así, los días seis de septiembre que podemos, acudimos a la plaza de Santiago y, terminando la Diana los Piratas, recogemos a los que quedan de La Tibia y el Peroné –no hay año que vivido el día cinco con intensidad no haya alguna baja– y nos vamos a almorzar sin lugar prefijado. Unos, otros, más, menos... Almorzamos donde sea sin prisas. Y lo pasamos muy bien. Tan bien que son de esos momentos que uno nunca quisiera que terminaran. Pero las Fiestas exigen derrotas y los momentos que uno nunca quisiera que terminaran, terminan. Por mucho que andemos hacia atrás terminan los momentos que quisiéramos interminables.

También nos pasó esto el domingo pasado cuando como invitados participamos en esa comida familiar que resultó entrañable y sorpresa. Enviscado por la amistad nos dejamos caer y sin esperarlo nos cupo un homenaje que nos emociona: se nos regaló el mandil que gastan los de la escuadra, un delantal cuando yo busco delantales. Lo tengo dicho en casa pero salvo mi suegra –y ahora los de La Tibia y el Peroné– nadie me los regala. Símbolo de la masonería que se da a los iniciados, nosotros lo usaremos para cocinar la amistad en amistad. Yo quiero muchos delantales de batalla porque es prenda protectora. Los quiero para ir por delante con la camaradería. Y sólo una aflicción me queda de este día: la de siempre en estas juntas, la de no haber tenido tiempo para estar, en amistad, mucho con todos.

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