Escritor maldito
Abandonad toda esperanza, salmo 199º
La primera vez que vi a Rodrigo Fresán ni siquiera sabía que era él; solo era el yerno de Federico Luppi. Me explico: en Martín (Hache) de Adolfo Aristarain este escritor argentino afincado en Barcelona hacía sus pinitos como actor encarnando al esposo de la hija de Luppi. No tuve conciencia de su identidad como escritor hasta que tiempo después cayó en mis manos Mantra, una novela tan desconcertante y espasmódica como cabría esperar de su autor de haberlo leído antes; pero no fue hasta que me convertí en seguidor de Letras Libres que se me descubrió como un lector afín: en aquella publicación que fue lectura de cabecera gracias a literatos como Enrique Vila-Matas o Juan Villoro descubrí al Fresán crítico, al que me unía el interés por el cine y la curiosidad que despertaban en mí algunos de los escritores más sorprendentes del siglo XX, de William Burroughs al recientemente fallecido J. G. Ballard, pasando por una referencia inexcusable: Philip K. Dick.
Precisamente Dick es una de las influencias confesas de El fondo del cielo, la última novela de Fresán, y es que la ciencia ficción como género literario está en el corazón de esta obra que en un principio su autor confiesa nació como un relato novelado acerca de la etapa más fructífera de esta temática, a la manera que Las extraordinarias aventuras de Kavalier y Clay de Michael Chabon lo fue de los cómics de superhéroes de la Edad de Oro. Y no es que un servidor sea muy listo y detecte todas estas resonancias a la primera de cambio: es que Fresán, lejos de ser un tahúr fullero con las mangas rebosantes de ases, tiene como costumbre confesar todas sus influencias al final de cada libro. Lo que sí sé es que en El fondo del cielo encontrarán una historia de amor entre dos hombres, amigos entre sí, y una mujer, que se desarrolla a lo largo del tiempo: una suerte de Jules et Jim postmoderno, ciencia ficción de autor a lo Kubrick antes que epopeya galáctica, más centrada en descubrir los oscuros planetas que conforman el cosmos del corazón humano que en viajar al espacio exterior.
Como prueba del lugar destacado que ha ido adquiriendo Fresán en estos últimos años, y en feliz coincidencia, Anagrama recupera en su línea "Otra vuelta de tuerca" -donde se reeditan joyas que merecen circular de nuevo-, después de nombres prestigiosos como Thomas Bernhard o Patricia Highsmith, su primer libro; no diré novela, pues Historia argentina es un relato hipertextual hijo de su tiempo que funciona como narración extensa tanto como antología de cuentos, al mismo tiempo que pone al descubierto la condición de work in progress de toda la producción de Fresán; como él mismo ha dicho, todos los libros que ha escrito después de esta obra, ahora redefinida y remodelada en compañía de sus amigos Ray Loriga y Ignacio Echevarría, ya estaban en este.
Y si ahora mismo se están preguntando qué pienso de Fresán, si me gusta o no, les responderé con toda sinceridad: no lo acabo de tener claro, porque hay algo en su estilo que me exaspera, que me rechaza con desagradable virulencia casi a cada página; pero justo cuando me planteo abandonar su lectura una perla resplandeciente, que vale por todos los libros leídos en los últimos seis meses, me ciega, y me doy cuenta de que el maldito Fresán ha vuelto a liarme.
El fondo del cielo e Historia argentina están editados por Mondadori y Anagrama respectivamente.