Tras faltar a mi cita semanal durante varias semanas de baja médica (provocada por adivinen ustedes qué) regreso con la recomendación de tres lecturas recientes que aúnan dos de mis tres pasiones: la literatura y el cómic (de la tercera, el cine, les hablaré la semana próxima). Y es que se trata de tres novelas gráficas, todas ellas muy recomendables, que cuentan con otros tantos escritores (literarios, se entiende) como protagonistas.
Empezaré nada menos que por la rutilante ganadora del último Premio Nacional del Cómic: la excepcional La divina comedia de Oscar Wilde, con la que uno de nuestros autores más relevantes e inquietos, Javier de Isusi, se acerca a los tres últimos años de vida del autor de El retrato de Dorian Gray. Fue esta una época oscura en la vida de Oscar Wilde (1854-1900), pues el juicio (el legal y el mediático) en el que fue acusado de “graves indecencias” y su posterior encarcelamiento durante dos años le arrebató buena parte del prestigio que se había granjeado hasta el momento no solo como escritor, sino también como crítico literario y muy especialmente como personaje público, conversador y polemista. Y es que como cuenta un personaje secundario de la narración, “vivir en Inglaterra a finales del XIX y no haber escuchado a Wilde era como haber vivido en la Atenas de Pericles y no haber visto el Partenón”, para añadir a continuación que quien no lo ha vivido en primera persona no puede saber lo que supone eso y que nadie será capaz de reproducírselo. No obstante, me parece que el autor bilbaíno -que vive un momento estupendo: además de recibir el galardón citado acaba de publicar nueva obra, Transparentes- lo logra con creces; y para ello recurre a la sabia inclusión, medida al milímetro, de puntuales citas wildeanas (convertidas hoy en aforismos en toda regla) sin que esto coarte su libertad creativa, que brilla también en las entrevistas a quienes convivieron con un otoñal Wilde más decadente que nunca y sobre todo en unos pasajes de narración estrictamente visual que no desmerecen al lado de la brillantez verbal del esteta irlandés; lo que no es decir poco, vaya. En resumidas cuentas: una lectura indispensable, y no solo por poder presumir del Premio Nacional.
Además del respeto de sus semejantes y otras muchas cosas, Wilde también perdió su biblioteca personal; una vasta colección de volúmenes repleta de ejemplares dedicados por todos los poetas importantes de su época, de Victor Hugo a Verlaine pasando por Swinburne o Mallarmé. Por supuesto, entre aquellas firmas no faltaba la de Walt Whitman (1819-1892), que es precisamente el protagonista de otra reciente, y también excelente, novela gráfica. En las páginas de Whitman, el badalonés Tyto Alba resucita al firmante del mítico poemario Hojas de hierba en una propuesta que combina un profundo hálito lírico con el crudo realismo con el que refleja episodios de la Guerra de Secesión, en la que el poeta neoyorquino se vio inmerso al viajar en busca de su hermano y donde participó cuidando a algunos soldados malheridos. Personalmente, creo que la obra brilla más cuando se muestra más vinculada a los versos de su personaje principal, marcados por la celebración sensorial del cuerpo propio y de la naturaleza circundante en una aproximación cuasi mística que es recreada por Alba en planchas de una gran belleza plástica. Por lo tanto, se trata de un volumen que hay que leer sí o sí, aunque solo se conozca al autor del poema “¡Oh capitán, mi capitán!” por El club de los poetas muertos.
Y como no hay dos sin tres, y qué menos que contar con alguna aportación patria, no puedo dejar de citar -aunque se trate de una obra en curso, y por tanto aún inconclusa- el excelente Galdós y la Miseria. Como su título sugiere, uno de sus personajes centrales es Benito Pérez Galdós (1843-1920), canario de nacimiento y madrileño de vocación, y a la postre figura clave junto a Clarín y Emilia Pardo Bazán de nuestro realismo literario del siglo XIX. Es de justicia señalar que con este cómic, sus autores se apartan del convencional formato biográfico para ofrecernos un relato que, pese a la más que patente documentación que sustenta sus cimientos y al solvente conocimiento de la obra del autor de Fortunata y Jacinta, apuesta por una ficción plagada de personajes y hechos inventados; y donde el escritor es una pieza más, aunque fundamental, del rompecabezas. Es aquí donde se aprecia el oficio de El Torres, quien se ha labrado un nombre (o mejor dicho, un apellido) escribiendo y también editando tebeos de género por lo general afines al terror y al thriller -todos estupendos, pero permítanme recomendarles un par en concreto: El velo y Las Brujas de Westwood-; aunque al igual que en esta ocasión también se ha aproximado de una forma u otra a figuras históricas como García Lorca, Goya o Gaudí (de su aparente fijación por la letra g ya hablaremos otro día). Y es que el malagueño, con la inestimable colaboración del dibujante Alberto Belmonte, hila aquí un suceso con otro con una lógica sutil y sin estridencias, recrea el Madrid de la época con total verosimilitud, y juega con el tiempo con gran soltura pero sin que el lector se pierda en ningún momento. El resultado es una lectura de lo más gozosa; y por ello ni que decir tiene que estoy deseando que se publique su segunda y última entrega, que a buen seguro volveré a recomendarles llegado el momento en una columna parecida a esta o en una de esas reseñas breves que he vuelto a escribir desde ya mismo para El Periódico de Villena. Nos seguimos leyendo... y espero que todos ustedes se encuentren bien, vacunados o al menos inmunizados a las bravas como servidor.
La divina comedia de Oscar Wilde y Whitman están editados por Astiberri; Galdós y la Miseria está editado por Nuevo Nueve.