Estación de Cercanías

Fantasmas en el EPDV

Es tiempo de Halloween, al menos en EE.UU, que aquí es tiempo de difuntos, de crisantemos, de visitas al cementerio por tradición impuesta, a “dejar arreglaicas” las tumbas de los nuestros. No es un lugar que me guste, por lo doloroso del recuerdo y por ese escalofrío que me recorre de arriba a abajo al sentir miradas que a través de los retratos de cerámica me persiguen continuamente. ¿Y saben una cosa? Esa misma sensación la tengo desde hace algunas semanas al escribir mi artículo semanal. ¿Tendremos fantasmas en el EPDV?
Pero hay algo que sí me gusta de ese santo lugar, su silencio. Un silencio imponente, inmenso, que te grita de propia intensidad. Dice una bonita canción de Manolo García que “si lo que vas a decir no es más bello que silencio no lo vayas a decir”. La callada por respuesta nunca me ha parecido que otorga o concede razón. Hay ocasiones en las que guardar silencio ante comportamientos que se salen de lo esperado por su agresividad, su improcedencia o su dañino contenido, no es para mí sinónimo de cobardía, más bien lo contrario: lo considero muestra de sensatez y templanza al no entrar el trapo de cualquier volapié. El silencio como respuesta es también, en alguna ocasión, el desprecio.

Y así habría seguido, en el mutismo de no hacer aprecio que decidí mantener a propósito de las lindezas que la persona que se esconde detrás de Paco Gracián ha tenido a bien dedicarme. Pero al inquieto de Andrés Leal le duele el culo de tenerlo tanto tiempo en la banqueta, y en una desesperada búsqueda de duelos en verbos y tinta que lo saquen del sopor al que nos tienen condenados nuestro políticos y la actualidad municipal, ha tenido que volver a la carga con el temita Gracián.

Para todo aquel que no lo sepa, la analfabeta funcional –término acuñado por el Sr. Gracián desde las alturas de su superioridad intelectual–, así como la patinadora, que salida de la nada remataba otra de las faenas de este señor, es una servidora. No busquen en los escritos, mi nombre no aparece. Tal vez porque este colaborador del EPDV, dando muestras de su inteligencia sin fracturas y en su total convencimiento de ser comprendido por todos, no ha tenido a bien el ponerlo. O quizá porque la descalificación sin objetivo con nombre y apellidos es menos arriesgada. Pero para eso está Andrés, para dar los datos.

No espere insultos de mi parte, eso es cosa de otros talantes. Mi humildad (cualidad que aprecio por encima de muchas) me ayuda a reconocer que no soy perfecta, que tal vez malinterpreté sus palabras y no me causa ningún pudor reconocerlo. Y espero que la suya, si la tiene, le haga ver que todo aquel que se expresa públicamente con independencia del medio en el que lo haga, está expuesto a no ser entendido, y debe considerar como primera causa de esa situación la posibilidad de no haberse explicado correctamente. Una de las primeras lecciones que se aprende en comunicación es el gran error que se comete al achacar la causa del mal entendimiento a la ignorancia o analfabetismo del interlocutor, sin contemplar la posibilidad de error por parte del orador. Pero la arrogancia es gratis. Hasta aquí este tema y sus seguros coletazos.

Es tiempo de misterios y prefiero descubrir al fantasma del EPDV. Las pistas. Lleva una sábana que lo oculta. Arremete profiriendo insultos a quien considera más débil con el fin de hacerse oír y arrastra su añoranza por la vuelta de tiempos oscuros y pasados cual pesadas cadenas. Y me da a mí que no es AFD.

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