Cartas al Director

Fiestas de guardar

Volvió a ocurrir. En el mes de diciembre del año pasado, en el famoso puente de los días 6, 7 y 8, el que salió peor parado fue el 6 –día de la Constitución–. Me explicaré.
Va siendo habitual que en el puente de la Inmaculada o de la Purísima, como prefieran, el día que se sacrifica en caso de ir a trabajar es el ya mencionado día 6. Vengo observando esta situación desde hace años como para advertir que no es fruto de la casualidad. Al margen de que los días “caigan” de un modo u otro –ya saben, jueves, viernes, lunes o martes–, el caso es que si en un día de esos “corresponde” abrir medio día, o media mañana, o hasta las dos de la tarde, varias horas o cualquier otra variación que se imaginen, esa jornada, repito, es el día 6, día de la Constitución. Me pregunto qué pecado habrá cometido la Carta Magna para penalizarla con parte del horario laboral. Porque lo que sí queda claro es que el día 8 de diciembre, el de la Virgen, ése, ese día señalado, ¡no trabaja ni Dios! –perdón–.

Reflexionemos un poco, sólo un poco. Resulta que de las fechas festivas, no dominicales, a lo largo del año, la mayoría son ¡fiestas religiosas! ; unas pocas lo son civiles, es decir sin ninguna referencia a religión alguna, a saber: 1 de mayo, 12 de octubre, 6 de diciembre y la autonómica. Con el agravante de que la del 12 de octubre casi nadie la toma como la fiesta nacional, más bien se reconoce como la del “día del Pilar”, o sea otra fiesta religiosa, para más INRI –perdón–. En fin, lo que quiero plantear es que, a pesar de que la pobre Constitución (ignorada la celebración de sus 30 añitos en Villena) dicta que España es un país aconfesional, la práctica cotidiana nos dice que son las fiestas religiosas las que marcan carácter en la población.

Miren, es más fácil que se vaya a trabajar el día de la Constitución que el día de la Inmaculada, porque, en el fondo, aún seguimos pensando que las fiestas religiosas son de “Guardar” –así se llamaba antes a las que era preceptivo el descanso–, como si al ir al trabajo ese día cometiéramos “pecado”, o que puestos a sacrificar un día por otro, la fecha civil parece menos fiesta (será que no celebramos santos ni santas). Sin embargo, hemos de saber que gracias a la Constitución el país se ha dotado de todo un entramado legislativo que nos envuelve y hace posible la vida de una forma más o menos ordenada. La otra, la religiosa, si lo pensamos bien, sólo atañe a sus practicantes.

Afortunadamente España no es un Estado religioso, aunque a veces lo parece. En España, la Iglesia celebra las fiestas que ella dictamina, pero los no practicantes, o no creyentes, o agnósticos, o ateos, o en fase de apostasía –van para rato–… en reciprocidad, no están sujetos a esas convicciones, no obstante, se ven inmersos en la rueda de las fiestas religiosas como marcadoras de pautas de comportamiento laboral o festivo (una muestra, la Semana Santa condiciona el curso escolar). El Catedrático de Derecho Constitucional, Francisco Balaguer Callejón, lo expresa con máxima claridad: “Los valores religiosos o morales, por muy extendidos que puedan estar, no nos permiten articular un lugar de encuentro entre todos los sectores sociales. Ese lugar de encuentro sólo lo podemos residenciar en los marcos constitucionales en los que se ordena la convivencia democrática mediante una organización institucional representativa y un sistema de derechos y deberes” (Público, 24-12-08) . En síntesis, que lo que nos une es la Ley, no la religión, por muy mayoritaria que sea. Un ejemplo: Mi Alcaldesa me representa cuando está en el Pleno o cuando viaja a alguna institución para defender los intereses de la ciudad. No me representa cuando va a la misa de “Las Virtudes” en Navidad. Esto que es tan fácil debiera estar claro porque si no mezclamos las cosas y al final… nos ponen Ciudadanía en inglés –perdón–.

La Iglesia Católica tiene muchos resortes para seguir conformando la vida cotidiana, pero una sociedad civil que se proclame de verdad civil tiene, a mi juicio, que guiarse por criterios más racionales. Defender el día 1 de mayo –fiesta por excelencia del mundo obrero, se cual sea el trabajo– es mucho más importante que el día de San Pablo o Santa Inés, por poner otro ejemplo. Sí, ya sé que están los santos y todo esto, ya lo sé. Piensen en Francia, su 14 de julio, o los estadounidenses con su archifamoso “4 de julio”. En España, ciertamente, la ignorada fiesta nacional –el 12 de octubre– nació muerta pues en la época franquista representaba, nada más y nada menos, que el Día de la Raza y la Hispanidad.

A los católicos no se les escapa que Los Mandamientos son normas que obligan. Resulta que el tercer mandamiento reza así: “Santificarás el día del Señor” . O lo que es lo mismo, que los domingos son fiestas para asistir a misa y emplearlas en la oración, en el recogimiento…, es decir que no se debe trabajar. Después de observar los comercios abiertos de par en par el domingo 4 de enero, me asalta una duda: ¿estaremos perdiendo la fe? Para acabar, ojito, ojito, que yo no estoy en contra de las fiestas, ¡faltaría más!

¡Feliz Año!

Fdo: Francisco Tomás Díaz

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