Estación de Cercanías

Flacos argumentos

Dijo el poeta Miguel Hernández desde la cárcel: “Tristes armas si no son las palabras, tristes, tristes”; palabras hermosas que encierran un significado que cada día está mas olvidado y marchito, más ajado.
Tal y como escribió este poeta oriolano, cuando las palabras quedan relegadas a la violencia y la intolerancia estamos perdiendo la posibilidad de un acercamiento pacífico y rico en matices que, venidos de ambos lados, enriquezcan el fin que generó el enfrentamiento; pero mucho más triste y lamentable es que pudiendo hacer uso de buenas palabras nos empeñemos en llevarla a extremos interesados y belicosos que sólo propician el desahogo para quienes las depositan sin ni tan siquiera dejar entre sus vocales y consonantes un pequeño atisbo de razonamiento.

Por si se han perdido, le diré que estas líneas vienen a propósito de mi reivindicación de la semana pasada y mi defensa del derecho a la palabra, derecho que seguiré pidiendo mientras que el Partido Popular siga aplicando su política del Juan Palomo, ya saben, yo me lo guiso y yo me lo como. Y lo voy a seguir haciendo porque después de tener la oportunidad de leer muchas y muy variadas opiniones que al respecto se generaron, ninguna de las voces que se situó en la defensa de esta estrategia consiguió llevarme al huerto.

No me han convencido aquellos que ven en los resultados electorales “patente de corso” para hacer y deshacer a su antojo, y se amparan en las urnas para justificar su intolerancia. No me han convencido aquellos que en cuanto describes algo que a tu juicio no es una buena gestión se suben al carro del “estás convocando al pasado”. ¡Por supuesto que rememorar es convocar al pasado!, pero difícilmente se puede cuestionar una actitud, una decisión o una conducta antes de que ésta suceda, máxime cuando, como en nuestro caso, sólo la conoces, como bien dije, a posteriori. No me convencen con sus argumentos aquellos que por el simple echo de declarar tus inclinaciones políticas entran directamente a la descalificación y al ataque sin más razonamiento que el ver a un enemigo en lugar de hacer un intento por entender lo que se está diciendo y lo que de bueno puede tener que alguien te ofrezca otras posibilidades, aunque lamentablemente ver no es mirar; ni tampoco aquellos que, agazapados detrás de la pantalla de su ordenador, sólo esperan a que alguien emita una opinión diferente a la suya para caer encima con la fuerza del impulso, pero con la debilidad que ofrece el atacar solamente por ese instinto primitivo del que siempre ve a un contrincante en el diferente.

Ahora bien, el premio a la desfachatez y la pobreza de miras se lo llevan el que tasó a precio de oro 6.500 firmas “voluntarias” en pro de intereses personales y ahora deja sin valorar 7.000 votos emitidos libremente, y también aquellas voces que han defendido esta situación justificándola en que es patrón común en todos y cada uno de los municipios gobernados por el Partido Popular, plantando cara al amparo de la estricta legalidad que permite su aplicación.

Pero basta con observar un poco el día a día para darse cuenta que se dictan sentencias y se llevan a cabo excarcelaciones que no por estar adscritas a un estricto cumplimiento de la ley dejan de levantar ampollas en la ciudadanía, que no alcanza a encajar el delito cometido con la pena impuesta, y esta realidad me lleva a plantearme las siguientes preguntas, que quiero compartir con ustedes: ¿Es lo legal sinónimo de lo justo? ¿Estar cumpliendo con la escrita legalidad exime de estar actuando de modo erróneo y es un handicap que impida la rectificación? Pensemos en ello.

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