¿Hasta cuándo?
Como un hombre educado en costumbres machistas, me avergüenzo de todo lo que pude ofenderos
Todos los nombres suenan como una campanada en el luto del mundo, como una bofetada en caras sin vergüenza que se hubieran quedado mirando escaparates mientras caen las bombas y aúllan las sirenas que llaman al refugio.
Todos los nombres de mujeres con las que nos cruzamos hace poco y esperaban, también, leer las cartas que sus hijos escriben a Los Reyes, hacer planes para las navidades y seguir con su vida en año nuevo. Todos los nombres de las mujeres muertas a manos de los que algún día les dijeron que siempre las querrían más que a nadie y se burlaban de ellas porque nunca quisieron compañeras, sino esclavas dispuestas a humillarse por ellos. Todos los nombres duelen para siempre como un miembro amputado y se extrañan y se echan de menos.
Y entre todos los nombres, los que más nos rebajan como especie inhumana son los que no aparecen. Las mujeres sin nombre en la lista terrible de las mujeres muertas. Mujeres invisibles desde su nacimiento, las que nadie recuerda, tan encerradas siempre en mundos de miseria que no tienen ni nombre en la lista anual del genocidio que ordenan esos hombres con nombres y apellidos que todos conocemos desde sus homilías, sus discursos de odio y su semen hirviendo buscando una salida… Esos hombres feroces y su ejército de cabezas rapadas de neuronas, los tipos incapaces de amor y rebeldía ante los poderosos; señores de algún reino en un tercero izquierda donde alguien les lava calzoncillos y les plancha la ropa, les cocina a diario y les ríe las gracias y les llora las penas y obedece sumisa a sus necesidades.
Como un hombre educado en costumbres machistas, me avergüenzo de todo lo que pude ofenderos. Recuerdo como estaban mis zapatos lustrados, la comida caliente, la cama siempre hecha, la ropa en el armario donde mágicamente había llegado después de que la hubiera dejado sobre el suelo fregado del aseo. Recuerdo, como hombre, que yo era lo primero, lo importante, aunque eso minara la salud de la mujer que iba envejeciendo mientras que yo crecía. Eso era lo normal. Lo que debía haberse terminado con tanta información y tanta democracia.
Me avergüenzo de todo lo que era, de estar hiriendo a todas las mujeres en el cuerpo de aquella que habitaba en mi casa. He aprendido, después, a ser una mujer y un hombre al mismo tiempo, según necesidades… a saber ser igual en el esfuerzo…
Somos los ciudadanos de Villena. La ciudad cultural que lo pregona orgullosa de serlo. La ciudad que abrazó a los valencianos arrasados en lodo. La ciudad solidaria, el lunes representada por no más de doscientos… Horrorizados escuchando los nombres, una a una, de las mujeres muertas, los ángeles caídos, las historias truncadas, las familias por siempre aniquiladas… Y no más de 200… preguntándonos ¿hasta cuándo? ¿hasta cuándo? ¿hasta cuándo?
…Y no más de 200 buscando, cada una, algún nombre sin dueña que pudiera ponerse en ese espacio en blanco de la mujer sin nombre.