Testimonios dados en situaciones inestables

Gruñí secamente como un hombre lobo perezoso y condescendiente

Hacer cola es una prueba de supervivencia. Debido a mi trabajo, yo trato siempre de evitarlas, así como las multitudes, ya que perturban mi espacio de seguridad y mis rutinas. Pero hace unos días me vi forzado a estar en una, y ocurrió lo que siempre deseas que no ocurra. El sujeto de delante resultó ser uno de esos tipos que tienen graves deficiencias en habilidades sociales y se pasan todo el rato llamando tu atención con estúpidos comentarios.
Pensé que resultaba extraño que nadie lo hubiera asesinado ya, dado que debía tener unos cuarenta años y eso suponía mucho tiempo esparciendo radiación contaminada y energía negativa. [Se toca con elegancia las gafas de sol que lleva puestas.] Físicamente era un tipo que debía corresponder al eslabón evolutivo entre el Australopithecus sediba y el Homo rudolfensis, pero bastante más feo que ambos y con un estómago sobredimensionado para salvaguardar el centro de gravedad de su escasa altura. Su vestuario tenía la misma gracia y tino que la de un extra en una película de zombis de bajo presupuesto, y se componía de pantalón vaquero tipo pirata salpicado de diversas y geológicas manchas orgánicas que no intenté evaluar, zapatillas negras al borde de la desintegración con adornos plateados que ya no plateaban y camiseta de baloncesto de la selección italiana del año 1999 (la última vez que ganaron el Campeonato de Europa) con los colores ahogándose más que desapareciendo. Todo esto en cuanto a la agresión visual, porque la olfativa era como si tuviera delante una delegación ambulante de la planta de reciclado que tenemos en Villena. [Se toca con hastío las gafas de sol.] El tipo se dio la vuelta y, con el típico gesto de no dirigirse a nadie en concreto, empezó echando pestes de todas aquellas personas que trabajan detrás de una ventanilla atendiendo al público. A continuación (y de verdad le digo que todavía no consigo recordar cómo hiló cada vez un tema con el siguiente), se puso a divulgar lo de sus enfermedades (sí, al parecer el tipo era una de esas personas que capitalizan sospechosamente todos los males de complejo tratamiento) con cara de mártir de telenovela. Después, y lanzándome algunas miradas buscando mi complicidad, pasó a enumerar los jugadores del Real Madrid y sus virtudes y defectos, y por qué él los pondría a todos a picar piedra entre partido y partido. De ahí pasó a describir con adjetivos gruesos y malsonantes su variopinta y lamentable fauna familiar, y justo cuando estaba relatando algo de un sobrino propietario de una cabra que utilizaba para no recuerdo qué, sentí el clic en mi interior. Me quite lentamente las gafas de sol y me acerqué a él intimidatoriamente sintiendo bajo mi americana el bulto de mi Magnum 44, clavé mis ojos en los suyos a unos diez centímetros de distancia, abrí la boca enseñándole la dentadura, y durante unos segundos gruñí secamente como un hombre lobo perezoso y condescendiente al que una miserable y ridícula rata estuviera tratando de molestar. [Se quita con seguridad las gafas de sol.] Salió corriendo haciendo aspavientos y gritando no sé qué de la educación y de los locos que andan sueltos. Es lo malo de las colas: que no puedes matar a nadie sin evitar una gran cantidad de testigos. Resulta descorazonadoramente desalentador.

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