Cartas al Director

Indiferencia

¿Nos estamos dejando devorar por el cáncer de la indiferencia? Me pregunto si tiene interés la pregunta. Supongo que sí. Todo nos da igual o esa, al menos, es la sensación que transita sin descanso por mis debilitadas neuronas –creo que ellas están cansadas de que no consiga, de una vez, dar una respuesta que haga que las deje en paz–.
Es común entre los humanos hacerse preguntas, censurar vicios, vilipendiar actitudes o asentir simplemente con un gesto. Claro, todo esto ha de hacerse con unos determinados fines: conseguir resolver un problema o solucionar algo que no funciona, entre otros. Ahora bien, ¿es esto lo que pulula hoy en día entre nuestra “adorable” clase política? Supongo que no.

Estamos siendo dirigidos por unos capitanes que obtuvieron el carné en un pantano con las compuertas cerradas, y que sólo son válidos para manejar el barco en sus bañeras de pan de oro o en sus estanques alicatados con esmeraldas del tercer mundo. La chabacanería política nos aleja de la orilla del argumento para adentrarnos en el mar abierto de la diatriba vacua y sin sentido. El continuo rifirrafe entre gobernantes de segunda y opositores de banquillo nos está conduciendo a la deriva o, a lo que es peor, a la indiferencia.

No sé a vosotros, pero a mí cada vez me da más tiricia ver cómo se lanzan los trapos maculados los rajoinistas a los cetapés, o viceversa. No lo soporto. Dan náuseas (deberían leer a Sartre en vez de revistas del corazón). La crítica actual gira sobre el desprestigio del contrario, el hundimiento de la palabra enemiga. ¿Qué es lo que estamos dejando de herencia para nuestros descendientes? El caldo de cultivo necesario para que vuelva a producirse una masacre entre hermanos. Puede parecer catastrofista, yo no lo creo.

Unos y otros nos dicen estar en posesión de la verdad, de algo tan relativo como esto. Señores, hay que ceder, dar el brazo a torcer, reconocer errores. ¿Qué difícil resulta, verdad? Las verdades son de quienes creen poseerlas sin pensar que están en su completa posesión. La única verdad válida es la del pueblo. No la contaminen más y dedíquense a trabajar para él y no para ustedes. Que quede como consejo –y de paso, lean El conde Lucanor, y hagan acopio de consejeros como Patronio, les irá mejor–.

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