Testimonios dados en situaciones inestables

Jaime, 39 años

- La cuestión no es si unas ciudades son mejores que otras, ¿no? ¡Pues claro que unas son mejores que otras, no se puede ser tan infeliz! La cuestión es por qué hay que estar todo el tiempo con el pluriempleo de defender la jodida propia ciudad, compitiendo contra descerebrados que quizá sólo han visitado Benidorm y sacando pecho por un montón de piedras de nosecuántosaños o por un postre con nombre de santo. Sé sincero, reconoce que todo eso es una fanfarronada, material manipulado como pegamento barato, la teletienda de la historia. No sé, quizá defender a una persona, a alguien que ha sido violado, no sé, a alguien a quien le han roto las piernas por una tontería o por pensar diferente (que casi viene a ser lo mismo), pues pase. Pero glorificar la jodida ciudad donde naciste (una vulgar casualidad) para quedar bien delante de cualquier imbécil al que en realidad igual le da que seas de Barbate que de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, no es más que patriotismo hipócrita emocionalmente de saldo.
P.
- Tranquilo, ya entro en materia. El asunto viene porque hace dos semanas estaba de crucero con mi mujer. Uno de esos cruceros por el mediterráneo para pringaos de la generación amos del mundo de todo a euro, pringaos del primer mundo con el ego subido inversamente proporcional a su estupidez. Siete días de puerto en puerto y con permisos de escasas horas para correr el maratón de turno por la ciudad con más historia del mundo. Joder, todas las ciudades con el mismo cuento. Si es que parecen infectadas por una plaga que reduzca las personas oriundas a concejales de turismo.
P.
- Sí, sí, ya voy al grano. Pues como la buena suerte y yo somos parientes lejanos, joder, resulta que en ese viaje de porquería conozco a un tipo de Girona. Un tipo muy simpático, de los que te dan palmaditas a los cinco minutos de conocerte. Y al poco voy cayendo en la cuenta de que el tipo, desde el primer día, no hace más que hablar de su Girona del alma. Que si Girona tiene noscuántosmuseos, que si La Judería, que si los baños árabes, que si la Catedral… Al tercer día noto que me busca, que le resulto simpático al tipo, que se me pega sin rubor. Y me descubro al sexto día contestándole con fantasmagórica musicalidad que mi ciudad, Villena, aunque modesta, también dispone de algunas perlas de nosecuántosaños, que ilustres villeneros hicieron esto y aquello (sólo de oírme a mí mismo ya me tenía pena; con gusto me hubiera pegado un tiro en la boca para perderlo de vista). Y como basta que te desprecies para que los cuervos te huelan, esa misma noche (la última de la pesadilla Brisas del Mediterráneo) no podía dormir, de modo que a las tres de la madrugada me fui a dar una vuelta por el barco y me paré en una cubierta de popa a fumar un cigarro. ¿Y quién apareció por allí? Pues el maldito tipo. Y empezó con la misma historia. Que pronto vería su amada tierra, que no había nada como su Girona. Parecía un profeta defectuoso. Y entonces me di cuenta de que estábamos solos y el mar era profundo y armonioso, una verdadera promesa de paz.
P. ¿?
- Sí; je, je.
P. ¡¿…?!
- Sí, cayó intentando aprender a volar. Qué belleza. Al instante ya le echaba de menos.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba