Cultura

Jazz, Teatro y Despedida

Comenzó el fin de semana para quienes no disfrutamos de los populares juernes con el concierto que el Club de Jazz de las Mil Pesetas organizó con Gonzalo del Val Trío. Y les digo que si no estuvieron allí, ustedes, Carmen y Luis, se perdieron una fabulosa aventura musical. El trabajo de este trío dominó en todo momento la sala. Ritmos, juegos, melodías, solos, ejecutados con naturalidad e inteligencia estaban y al tiempo no se enclaustraban en lo que uno podría llamar un concierto de jazz convencional. No quisiera entrar en jardines, baste con agradecer el trabajo y los buenos largos minutos que disfrutamos el viernes noche en la Casa de Cultura.
El sábado en cambio elegimos teatro –luego dientes largos escuchando las opiniones del concierto de La Cantina–. Nuestro Teatro Chapí abría sus puertas a la pieza de Kressmann Taylor Paradero Desconocido puesto en escena por Laila Ripoll bajo la producción del veteranísimo D’Odorico.
 
Unas imágenes documentales en blanco y negro comienzan a ambientar la escena (pese a que las dos señoras de la fila anterior a la mía no lo supongan) y entonces la sala a oscuras el oportuno piano de Rosa Blanco y la sorprendente voz de Sara Casasnovas, abriendo la escena y mostrando con su interpretación la clave que nos ayudará a descifrar su personaje. Entonces los dos personajes del drama, los dos amigos, encerrados durante todo el montaje en una relación epistolar que la directora debe animar para no caer en una larga serie de monólogos alternos. Una animación que para mi gusto pecó de conservadora o de falta de creatividad. Cierto que a priori puede asustar que dos personas se relacionen a través de cartas y lo hagan sobre la misma tarima, puesto que ello implica localizaciones distanciadas y espaciados tramos de tiempo entre la escritura y la recepción de cada texto. Pero son muchas las puestas en escena que han demostrado que desde las dificultades puede surgir la genialidad, aunque en la presente propuesta no se dio el caso. Aún así, la sensibilidad todavía latente sobre las aberraciones del nacional socialismo alemán, y los tiempos con que el autor desarrolla sentimientos y acontecimientos, terminan por ganarse el patio de butacas con sobriedad y contundencia, sin necesidad de trucos ni artificios, sin giros precipitados ni sorpresas de última hora.
 
Cerraré con un sincero y doliente silencio por la desaparición del actor Philip Seymour Hoffman, que oscurece todavía más este recién estrenado febrero. Un artista cuyo físico se alejaba de los estándares estadounidenses, que destacó desde sus inicios porque si llamaba la atención con uno de sus papeles secundarios, sin duda sorprendía con su siguiente interpretación. Era muy serio el trabajo que hacía y admirables sus resultados. Es todavía más triste no alcanzar a disfrutar en toda su plenitud su labor (lo digo ante todo por cuestiones idiomáticas). Sus personajes continuarán vivos, eternos en su jaula de tiempo. Pero él no estará ya más aquí para levantar desde el anonimato un nuevo carácter.

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