Como lo prometido es deuda, después de recomendarles en una columna previa tres novelas gráficas de procedencia extranjera, hoy es el turno de otras tantas adaptaciones de obras literarias con denominación de origen nacional. Tres obras que tienen en común su voluntad de reflejar momentos concretos e históricos de la historia de España a lo largo del siglo pasado y comienzos del presente.
Empezaré con la que sin duda es una de las novelas más importantes de los últimos años: Patria. Tras contar con múltiples ediciones y recopilar premios a mansalva, el libro de Fernando Aramburu vuelve a la actualidad de la mano de la televisión, gracias a la adaptación en formato serie de HBO que pronto estará disponible (y que ya ha generado una gran polémica con la mera publicación de su primer cartel promocional); y también del cómic, en una novela gráfica realizada por Toni Fejzula que pueden disfrutar desde hace semanas. Patria, novela y cómic, se presenta como un relato de protagonismo coral ambientado en la Euskadi profunda, un territorio donde el entorno político y social de ETA impone un asfixiante régimen totalitario de represión. La historia arranca en 2011, tras el anuncio por parte de la banda terrorista del cese definitivo de su lucha armada, momento en el cual la viuda de un empresario asesinado regresa al pueblo del que se vio obligada a exiliarse junto con su familia; y donde, pese al estado de paz declarado, el regreso de la anciana alterará la convivencia de quienes fueron amigos en el pasado. Fejzula, a quien tuve el placer de conocer y presentar en un Salón del Cómic de Alicante de hace unos años, realiza aquí no solo su trabajo más ambicioso, sino uno de los más complejos y arriesgados de la temporada, con un acabado espectacular y un empleo narrativo del color deslumbrante. El resultado es una gozada para los sentidos de principio a fin.
Muy probablemente la novela de Aramburu haya conseguido ya convertirse en eso que llaman long seller: los libros que logran pasar la criba de la actualidad y se siguen vendiendo considerablemente bien temporada tras temporada. Lo mismo le ocurrió en su día a La ciudad de los prodigios, la novela de Eduardo Mendoza que terminó dando un paso más allá para erigirse en un clásico contemporáneo. De su pervivencia en el tiempo da buena muestra la reciente adaptación en viñetas a cargo de Claudio Stassi, autor italiano afincado en Barcelona que da su versión de los cambios vividos en la gran urbe catalana (y por extensión, en buena parte del territorio español) entre las exposiciones universales de 1888 y 1929. Para ello, se recurre a la figura de Onofre Bouvila, que recién llegado a la Ciudad Condal empieza a ganarse la vida como repartidor de panfletos de ideario anarquista, y que con el paso de los años terminará convirtiéndose, gracias a su falta de escrúpulos, en uno de los hombres más ricos e influyentes del país. Frente a la expresividad del trabajo de Fejzula, más experimental, Stassi ha optado por un estilo gráfico más clásico, pero lejos del anquilosamiento y el estatismo de algunas muestras bien conocidas de la historieta francobelga. En sus páginas, la ciudad de Barcelona cobra vida y va mutando a lo largo del tiempo, a la vez que se nos muestra que para ser testigos de historias de enfrentamientos de índole política que a la vez narran el germen de una suerte de crimen organizado no es necesario desplazarse hasta las calles de Gangs of New York o Peaky Blinders. Como en el caso de Patria, estamos ante una lectura espléndida se conozca o no el original literario.
Frente a dos títulos tan populares como los de Aramburu y Mendoza, la novela Rompepistas y su autor, Kiko Amat, entran mejor en el terreno de lo que suele considerarse como literatura de culto: son autores y obras que no acostumbran a aparecer en la lista de los libros más vendidos, pero que cuentan con un considerable prestigio crítico y con un número de lectores reducido pero fiel y entusiasta. En el caso que nos ocupa, entre estos seguidores se contaba Rosa Codina, la autora de cómics nacida en el mismo 1987 en el que se desarrolla casi toda la acción del libro, y que se propuso transformar este retrato generacional de tintes autobiográficos en un cómic que desde sus primeras páginas en color, correspondientes al tiempo presente, sumergiese al lector en un viaje a la España de los años ochenta materializada en blanco y negro: un país del extrarradio, de garitos y tugurios con vómitos en cada puerta; y también de emociones a flor de piel, como corresponde a quienes acaban de dejar de ser adolescentes pero se resisten a entrar en el territorio de los adultos. Lo mejor del trabajo de Codina es que su obra y los jóvenes punkis que la protagonizan resultan tan emotivos y veraces como si la hubiera escrito y dibujado el propio Kiko Amat. Y que se trate de un retazo de esa intrahistoria que no alcanza a aparecer en los noticiarios, como sí ocurre con muchos de los hechos mostrados en La ciudad de los prodigios o Patria, no desmerece ni un ápice el magnífico resultado final.
Patria y La ciudad de los prodigios están editados por Planeta Cómic; Rompepistas está editado por La Cúpula.