Abandonad toda esperanza

La belleza de lo ominoso

Abandonad toda esperanza, salmo 36º
Hace unas semanas se llevó a cabo una votación popular para dictaminar cuál era la palabra más bella de nuestra lengua, que se saldó con un resultado tan cursi como previsible: amor. Un servidor no participó en la misma, pero de haberlo hecho tendría muy clara su candidata: el adjetivo ominoso.

Del latín ominosus, según el DRAE viene a significar "azaroso, de mal agüero, abominable, vitando". Signifique lo que signifique, siempre lo relacionaré con la narrativa de Lovecraft, las eruditas anotaciones de Torres Oliver, las viejas portadas de Daniel Gil para Alianza Bolsillo... y con todo aquello innombrable, que nos asusta porque no podemos describirlo, ni siquiera concebirlo.

Algo de ominoso tiene Nuestro verdadero nombre, novela gráfica de Luis Durán, editada por Edicions De Ponent. Esta editorial alicantina viene ejerciendo desde hace años una encomiable labor no ya sólo por la calidad técnica de sus ediciones (fuera de toda duda), sino por su atrevido catálogo y el espaldarazo que da a autores de la talla de Pablo Auladell o el propio Durán.

La historia arranca con una familia que se pierde durante sus vacaciones. El azar les lleva a una pequeña localidad costera, donde conocerán a Novalis, joven que comparte nombre con el romántico alemán autor de Himnos a la noche... y con su abuelo, del que el chico contará la historia que ha marcado, con el paso del tiempo, a todo un pueblo.

Como hizo Alain Resnais en On connait la chanson, donde unas medusas marcaban las alteraciones temporales del devenir narrativo, el autor de La ilusión de Overlain utiliza los ondulados tentáculos de los calamares gigantes que aparecen en la playa para abrir un flashback del que no volveremos siendo los mismos, tras conocer a personajes tan fascinantes como Powers, constructor de patíbulos, que podría adivinar tu peso con sólo una ojeada.

Nuestro verdadero nombre, como muchas otras obras maestras de la narrativa, lo es más por lo que sugiere que por lo que muestra, en un relato de estructura laberíntica marcado por una capacidad de fascinación arrebatadora. Como recuerda Novalis que decía la joven Angélica: "Es curioso cómo al crecer olvidamos indagar en ese doble sentido de las cosas... cómo despojamos a todos los senderos y señales... de cualquier connotación mágica". Eso sí, sin olvidar que estamos ante un trabajo serio y riguroso, con ecos de Stevenson o el citado Lovecraft, donde se adivina una investigación previa por parte del autor de conceptos de medicina, aeronáutica y muchas disciplinas más.

Háganme caso: abran el cómic de Luis Durán, contemplen cómo los protagonistas se pierden por culpa de un mapa al revés, y déjense llevar. Descubrirán que sus pensamientos alteran la estructura molecular de los líquidos y que por tanto, como recordaba el tío de Peter Parker, un gran poder conlleva una gran responsabilidad.

Nuestro verdadero nombre de Luis Durán está editado por Edicions De Ponent (2005).

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