La ciudad atmosférica
Abandonad toda esperanza, salmo 129º
A la hora de construir lo que se conoce como una historia de misterio se puede hacer uso de las herramientas aprendidas en cursos de escritura creativa a la hora de establecer el esquema de la historia, desarrollar los personajes y redactar los diálogos, y aun así no conseguir nuestro propósito porque acaba fallando lo más importante: la atmósfera. Cuando una novela, un cómic, tiene atmósfera, puede decirse que ha ganado ya la primera batalla. Y las dos obras que me dispongo a recomendarles hoy, ambas en cierta medida experimentales, son ejemplos de ello.
Si usted, lector, no es uno de esos cenutrios que se cierran a la historieta, haría bien en echarle un vistazo a Fell, un magnífico cómic escrito por Warren Ellis y dibujado por Ben Templesmith. Con esta obra el autor de Transmetropolitan se propuso crear una serie a precio más popular de lo habitual en el mercado, de la que cada entrega incluyera un episodio autoconclusivo de dieciséis páginas acompañado de material extra.
Cada entrega de esta obra conceptual sería un caso de Richard Fell, un carismático detective de Homicidios trasladado a Snowtown, una ciudad fundada por maníacos, un entorno deprimido donde el crimen y la corrupción campan a sus anchas y donde todo es posible. Y es que al igual que ocurría con Sin City de Frank Miller, esta obra podría llamarse muy bien Snowtown: la jungla de asfalto por donde se mueve Fell es la gran protagonista de estas historias; sus calles, pobladas de individuos inquietantes que se dejan arrastrar por todos los vicios y pecados conocidos, tienen tanta personalidad como el propio policía. Y esto se debe, claro está, a la atmósfera.
En cambio, si usted es de los cenutrios anteriormente mencionados pero le gusta verse envuelto por una atmósfera absorbente, siempre puede recurrir a una novela espléndida de un autor que, precisamente, no le hace ascos al cómic como manifestación cultural. Me refiero a Juan Ramón Biedma y a su último libro, El efecto Transilvania, protagonizado por un joven de catorce años que padece esquizofrenia y que verá cómo la realidad que le rodea se va convirtiendo en un mundo cada vez más extraño.
Paco Ignacio Taibo II definió a la perfección la obra de Biedma como un cruce perfecto entre Valle-Inclán y Neil Gaiman. Efectivamente, el escritor sevillano dibuja a su ciudad natal como un universo tan pesadillesco como Snowtown, poblado de criaturas que parecen de otro mundo pero habitan este, a la vez que despliega una serie de sugerentes imágenes que nada tienen que envidiar a los autores de las Sonatas y The Sandman, como tampoco a los clásicos de aventuras de Verne o Stevenson o las novelas juveniles de Enid Blyton. Y es que este libro de Biedma, un autor que padece el sano complejo de Peter Pan, defiende la fantasía como elemento constituyente de la realidad, y acaba siendo tan memorable como las novelas de iniciación a la lectura, los cómics leídos en la adolescencia o los cuentos de terror contados alrededor de una fogata.
Y el año próximo podremos leer El humo en la botella, o la madurez de los protagonistas de El efecto Transilvania, y que pondrá de manifiesto lo que significa la inocencia -cuando poseerla nos hace sentirnos capaces de ser auténticos héroes- y el desengaño que supone su pérdida. Espero que para entonces no seamos mucho menos inocentes de lo que lo somos ahora.
Fell y El efecto Transilvania están editados por Norma y Roca Editorial respectivamente.